The Void (2017)

Lo hizo George A. Romero en Dawn of the Dead (1978), encerrando a un grupo de sobrevivientes en un shopping, con el peligro latente de unos zombies fuera del establecimiento. Lo hizo también John Carpenter en Assault on Precinct 13 (1976) unos años antes, encerrando a un puñado de personas en una comisaría, con malhechores que querían ingresar para cumplir su particular cometido. The Void (2016) sigue el mismo camino, pero agrega simbología, mitología lovecraftiana, sectas, y un terror palpable que la convierte en un gran exponente del género.
A diferencia de las dos películas mencionadas comparativamente en el párrafo anterior, The Void se sitúa en una hospital que se encuentra en medio de una mudanza luego de un incendio. La parte operacional del mismo está reducida al mínimo, y los espacios a utilizar, así como el personal, son ínfimos. Esto genera que el resto del edificio se encuentre fuera de uso, con algunos lugares a donde no se puede acceder, muchas lonas para separar espacios, habitaciones vacías y una oscuridad agónica que genera un sentimiento de inmensidad muy particular que, acompañado de un agudo silencio, benefician al guión. El hecho de saber que estás atrapado dentro de un edificio inmenso pero que tu zona segura es completamente limitada, hiela la sangre. El mal, el enemigo, o como quieran llamarle, no solo sabemos que acecha en las afueras, sino que también puede estar merodeando en cualquier lugar de los interminables pasillos o las incontables habitaciones.
De todas formas, el condimento lovecraftiano también la separa de los zombies o de unos malhechores enojados. El mal de esta película no es algo solamente tácito, sino también mental, un mal que engendra locura y que juega con la realidad de nuestros personajes. Eso genera que para el espectador, el sentimiento de inseguridad sea aún mayor, porque nunca sabemos en qué forma puede aparecer, ni de dónde, ni cuándo. Sólo sabemos que hay un grupo de personajes principales, algunos con mayor importancia que otros, y que por una cuestión narrativa, ellos serán los que irán sobreviviendo la noche. O al menos eso es lo que la cinta nos quiere hacer creer.
Las reglas cambian a favor del guión. En este caso, quienes están afuera no están intentando ingresar, sino que evitan que aquellos que se encuentran dentro, abandonen el lugar. Más allá de todos los detalles respecto a lo sectario o al mal latente, también existen las problemáticas propias de los personajes y las diferencias entre alguno de ellos. Por más que resulte una herramienta común en la narrativa del género, estos nuevos detalles ayudan muchísimo a generar climas de tensión más intensos, y que el continuo sentimiento de inseguridad vaya creciendo. En este aspecto, The Void es una película que nunca baja los brazos, que se mantiene siempre dentro de una dinámica intensa que no da respiro al espectador. La construcción del terror tiene varias aristas, y como dije antes, todas colaboran y se unen con un mismo propósito.
Una de las mayores virtudes de esta producción es que conoces sus límites y se atañe a ellos. Si consideramos a esta cinta como lovecraftiana en sus bases, podemos afirmar que uno de los errores más comunes en las historias que persiguen la construcción del gran Howard Phillips Lovecraft, tienen que ver con lo complejo que es traducir a lo audiovisual conceptos escritos que, encima, son abismales desde su propia impronta. Esta complejidad lleva a que muchos exponentes terminen siendo mucho menos de lo que, justamente, pretenden ser. The Void conoce sus límites, como dije antes, y juega dentro de sus propias paredes. Se maneja con cautela dentro de su entorno y, por ende, sabe aprovechar cada uno de sus apartados para lograr el mejor resultado sin resultar pretenciosa.
De esa forma, tenemos un aspecto visual muy bien pensado, que sin ser una locura en términos de producción, destaca sobremanera por la atención al detalle y el cuidado diseño de producción que, justamente, sabe hasta dónde llegar. Las tomas, los encuadres, el uso de las luces y las sombras, las dimensiones, los espacios, las formas, la fotografía, incluso los efectos prácticos son una locura, rememorando aquellos años 70, 80 y gran parte de los 90, donde se valoraba más la calidad que el tiempo invertido. Había un amor altruista en la concepción de los efectos especiales que regaló joyas como Scanners (1981), Videodrome (1983) o The Fly (1986), todas ellas del maestro David Cronenberg, o The Thing (John Carpenter, 182), An American Werewolf in London (John Landis, 1981), Alien (Ridley Scott, 1979) y tantas otras que podría nombrar.
Jeremy Gillespie (Father’s Day) y Steven Kostanski (Psycho Goreman), directores de esta película, hacen un trabajo inmenso en el aspecto visual de la cinta para acompañar a la perfección a la historia que quieren contar y a todo eso que buscan contagiar. Vale destacar que ambos vienen de la rama del arte en el cine, habiendo trabajado como artistas en grandes producciones de la talla de Resident Evil: Retribution, Silent Hill: Revelation, Crimson Peak, Suicide Squad, It, Pacific Rim, The Shape of Water o la serie The Boys, por solo nombrar algunos ejemplos. A pesar de no tener mucha experiencia en el rol de la dirección, se nota ampliamente que todo lo que sabían de conceptos visuales y arte lo plasmaron con fuerza en esta producción, como si fuese un protagonista más.
En 2017, cuando vi por primera vez The Void, me pareció una joya. Hoy, en este segundo visionado luego de varios años sin verla, confirmo que es una gema que pasó desapercibida. Está en alguna plataforma de streaming, pero sigue apareciendo como una película más. Sin embargo, análisis mediante, e intentando comprender su búsqueda, estamos quizás frente a uno de los exponentes lovecraftianos más interesantes, que podría sentarse entre las mismas gradas que The Endless (2017), In the Mouth of Madness (1994) o Event Horizon (1997), aportando una nueva veta al subgénero. Cruda, con un ritmo intenso que no decae nunca, con detalles del mejor horror cósmico, y con un aspecto visual contundente, esta propuesta es de visionado obligatorio para todo aquel fanático del terror que tiene la mente abierta, dispuesto a dejar pasar cualquier experiencia que tenga ese gustito a Providence, Rhode Island.