The Substance (2024)

Así como El hoyo (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) supo albergar metáforas tácitas durante todo su metraje, The Substance (2024) comienza con dos escenas que para nada buscan ser sutiles sino más bien todo lo contrario. La metáfora como eje de la comunicación se hace presente y hay un claro mensaje en la propuesta. De alguna forma, la directora Coralie Fargeat (Revenge) se encarga de dejar las cosas bien en claro desde el minuto uno. Quizás algunos se queden con lo poco sutil, quizás algunos lo dejen pasar de largo, pero sea como sea, el mensaje está. Y esto es algo que se va a mantener firme durante toda la película. La directora opta por una forma bastante grotesca para caracterizar la narrativa de su historia, y en el primer tramo define un estilo que hay que amarlo u odiarlo, aceptarlo o dejarlo, porque de ninguna manera resultará indiferente.
En lo personal, no comulgo demasiado con el cine que busca la incomodidad por sobre el mensaje. Creo que si el mensaje es claro y fuerte, no es necesario condimentarlo de más. No digo que esta elección tan particular esté bien o mal, saben que no suelo ahondar en esos términos. Simplemente, es algo que yo, quien escribe estas líneas, no compro. No me parece necesario. Esa búsqueda por exagerar lo que se necesita transmitir y así forzar los límites es una línea que le habla directamente al espectador, y logra cruzar hacia el oscuro lugar de lo absurdo. Es como obligar a quienes miran la película a que sientan algo que quizás de otra forma no lograrían sentir con el mensaje. Si tus diálogos o la propia historia y narrativa no me transmiten eso, quizás yo no sea el público objetivo. O quizás ya no tengo alma dentro de mi cuerpo, o quizás mi corazón está más seco de lo que pensaba. Cualquiera sea la respuesta correcta, el cine “provocador” (dejemos esta palabra por ahora) no es de mi cine preferido. Me recuerda a esa gente vacía que necesita recurrir a lo políticamente incorrecto para lograr llamar la atención. No es personalidad: es mera estrategia.
La industria del entretenimiento aparece como un voraz depredador, que expone toda esa basura que está a la vista pero de la que pocos se animan a hablar. El paso del tiempo como factor de decadencia, la vejez como parte de un cúmulo de factores que te hacen quedar inhabilitado para pertenecer a algo más grande. Las arrugas, que denotan experiencia, en este rubro significan problemas. La experiencia, que regala muchas veces sabiduría, es el camino para el retiro. La mediana edad es una pared de concreto que termina cayendo por sobre las estrellas sin piedad, convirtiéndolas en simples trapos viejos que hay que reemplazar por hilos más joviales. La belleza, como eje principal de venta, se vuelve subjetiva en aquel lugar donde reina la objetividad. Porque nuestra protagonista porta belleza, logró llegar donde llegó utilizando este punto a favor que requiere el marketing de la industria, solo que ahora lo que no porta es juventud. ¿No estamos frente a un doble discurso, entonces? Porque al parecer, las reglas del juego las aceptamos siempre que nos jueguen a favor, y cuando nos perjudican, levantamos la mano.
En este plan de incomodar, la directora utiliza muchísimo los primeros planos, los primerísimos primeros planos y los planos detalle a lo Sam Raimi. Puntos de fuga, planos contrapicados, cenitales, y todo el repertorio. Utiliza mucha simetría y líneas a lo Stanley Kubrick, mucho color y mucho contraste a lo Dario Argento, con una predilección en denotar bien la diferencia entre las zonas oscuras y la luz focal. También invoca en muchos momentos una edición y un estilo muy de videoclip, como si fuese un McG pero con buen gusto. Además, recurre también a los sonidos, las texturas, los líquidos y la viscosidad para darle fuerza a ciertos momentos donde se busca apelar a lo asqueroso o desagradable. Remarca lo pulcro con colores claros, sobre todo utilizando el blanco, como signo de pureza. En pocas palabras: saca todos aquellos textos de la universidad y los utiliza de forma muy inteligente, para crear una cinta que más allá de lo que tiene para decir y más allá de su búsqueda, se termina sintiendo más que correcta desde lo cinematográfico. Toma prestada la impronta de varios otros directores, para lograr una ensalada con muy buen sabor.
Demi Moore (Ghost, Indecent Proposal, Disclosure) interpreta a Elisabeth Sparkle, una estrella de Hollywood reconocida que llega a una edad donde los productores sienten la necesidad de buscarle un reemplazo, al mismo tiempo que la gente se olvida de ella de un momento a otro. De esta forma, se retrata la presión que sufren las mujeres en la industria, algo que actrices de la talla de Sharon Stone o Meryl Streep han contado en diferentes entrevistas. En este contexto, donde el machismo y la sexualización son el punto de venta principal de los productos audiovisuales, Elisabeth se ve agobiada por el paso del tiempo y accede a ser parte de un producto llamado The Substance que, por decirlo de alguna forma, le cumple el deseo de ser joven y hermosa. Ahí es donde entra la -justamente- hermosísima Margaret Qualley (Once Upon a Time in… Hollywood, Poor Things, Kinds of Kindness) como Sue, siendo la versión soñada de lo que Elisabeth quería ser. El combo ahora está completo.
A partir de todo esto, llega la codicia por tener más, los excesos, los abusos, la falta de límites. El poder desmedido de una persona que como dije antes, reniega de una industria de la que fue parte, a la que usó y aprovechó. Por eso mismo ahora, con esta nueva versión que logra tocar el cielo con las manos, vuelve al mismo lugar que estuvo en sus años mozos, y se vuelve a convertir en esclava de la banalidad absoluta. Vuelve a ser el producto que supo ser, solo que en un envase nuevo. Sin perder el pulso, la directora sigue haciendo críticas sociales y disparando metáforas que de tanto repetirlas, al menos para mí, comienzan a perder su fuerza. No por algo, en el principio de este análisis mencioné a El hoyo, una película que carece de sutilidad a la hora de expresar sus metáforas y llega un punto en el que se siente que subestima al espectador. No es necesario repetir una y otra y otra vez el mismo mensaje -hasta el hartazgo- para que se entienda que (por ejemplo) estás hablando de la diferencia de clases, entre otras cosas. The Substance, en algunos destellos, cae en la misma práctica.
Tanto Elisabeth como Sue son víctimas de la misma mirada. Ambas son esclavas de ese depredador salvaje que impone las reglas, interpretado por Dennis Quaid (Enemy Mine, Innerspace, DragonHeart) pero haciendo alusión a algo mucho más grande, a empresas, productores, máquinas consumistas del más puro capitalismo que ven a cada persona como un número dentro de un capullo de carne y hueso. Y seguimos hablando de dualidad, porque si bien ambas son la misma persona (Elisabeth y Sue), tienen diferentes deseos y oportunidades pero sin saberlo, creen tener libertad cuando están apresadas a la realidad que las define. Esta dicotomía es muy interesante, le da mucha vida a la película y es lo que mantiene el ritmo constantemente. Prevalece la ironía de cómo Elisabeth paga las consecuencias de Sue, cuando esa Sue es todo lo que Elisabeth deseaba volver a ser.
Rabid, The Brood, Videodrome, The Fly, Crimes of the Future, todas joyas del maestro David Cronenberg. Possessor y Antiviral, de Brandon Cronenberg. The Thing, de otro maestro como John Carpenter. Altered States de Ken Russell. From Beyond de Stuart Gordon. Society de Brian Yuzna. Lecciones de body horror todas ellas, donde este tipo de herramienta (el body horror, claro) se utiliza para dar forma a los conceptos, para encontrar equilibrios, para cerrar ideas y plasmar de forma abstracta, diferentes criterios que se posicionan sobre diferentes realidades. The Substance siente necesario al body horror, y lo utiliza a su favor, pero le da otro tono, como buscando el impacto solo para generar polémica. En ese aspecto, se parece más a Swallow, de Carlo Mirabella-Davis, o a Titane y Raw de Julia Ducournau, que a las anteriormente mencionadas. Apuntan a lo desagradable, como dije en algún momento, al rechazo visual para generar un impacto sensorial. Y no lo digo como algo negativo, todo lo contrario. Es simplemente otra forma de encarar las cosas, completamente válida más allá de lo que a mí me pueda parecer.
The Substance termina siendo un loop de críticas que finaliza en el mismo lugar que nace, para comenzar el ciclo nuevamente. Esa dualidad de la que hablaba antes, de la queja del sistema cuando no somos parte, pero queriendo volver a él para obedecer sus reglas y disfrutar sus comodidades. Es una doble vara, entonces, donde se pone en foco al consumo y al consumidor, en esa paradoja inmensa que se cuestiona quién llegó antes, si el huevo o la gallina. ¿Sin producto no hay demanda? ¿O existe la demanda porque existe el producto? La película de Coralie Fargeat es contundente en su postura, aunque tenga ese gustito por la incomodidad que se siente, quizás, innecesario. ¿Si le quitamos esto de la incomodidad visual, la película sigue funcionando? Está claro, al menos para mí, que el mensaje y la crítica de esta película son tan potentes que alcanzan su propia voz. De eso no hay duda.
Pero sin incomodidad, ¿realmente todos estarían hablando de ella? Una vez más, y tal como dicta la propia película, tenemos al producto por sobre la calidad, al impacto por sobre la historia. Esto no quiere decir que la película sea mala, ni tampoco buena, ni nada por el estilo. Es una búsqueda autoral que se acepta o no se acepta, eso ya depende de cada uno. Mi problema con esto es que la cualidad para tratar lo absurdo muchas veces se va un poco de eje, rozando un estilo de comedia involuntaria que se nutre de lo morboso y lo asqueroso sin realmente sentirse necesario o coherente. Es otro de esos condimentos que suma la directora a una ecuación que ya brillaba por sí misma, en un universo donde menos es más. La película se solapa a sí misma por momentos, se vuelve un poco redundante, exagerada y forzada. ¿El mensaje? Poderoso e impactante. ¿La crítica? Fuerte y necesaria. ¿El resto? Papelitos de colores que caen del cielo cuando ya terminó el espectáculo de fuegos artificiales. Generar asco desde lo audiovisual y ser provocativo con tu declaración son dos cosas completamente diferentes.
El tramo final es lo más cuestionable de la cinta desde lo realizativo. Se estira más de lo que debería, rompe las reglas que durante el resto de la película se encargó de construir, y reafirma esa búsqueda de la directora de poner el impacto visual por sobre la historia. Hay escenas largas reafirmando las mismas cosas, una y otra vez. Creo que el gran problema, como ya mencioné un par de veces en esta reseña, es que sigue explicando lo que ya dio a entender varias veces, haciendo que la línea del argumento pierda fuerza. El final propiamente dicho es lo más flojo de todo: absurdo, incoherente, fuera de tono. A la directora se le quedó trabado el acelerador y se estrelló contra un árbol. Esa enfermedad por hacer sentir incomodidad y rechazo llega a un límite comercialmente ridículo, y se convierte en un retazo de cualquier exponente de Noboru Iguchi, y no en el buen sentido. El gore por el gore en sí mismo, el morbo solo para llamar la atención. La violencia extrema de Martyrs (Pascal Laugier, 2008) era necesaria porque tenía cimientos y sustento. En esta película, no pasa lo mismo. Hay que tener mucha grandeza en la sangre para querer abarcar tantas aristas y resolver con grandilocuencia cada una de ellas. Sencillamente, se le va de las manos.
El afán por alcanzar la fama, la grandeza, y sus consecuencias. El trascender más allá de nuestro propio tiempo. La soledad y el olvido. Hay muchísimas cosas más que se pueden analizar en The Substance, y seguramente cada uno encontrará diferentes matices de los que yo encontré. Pero prefiero cerrar acá, porque aún con sus detalles, la película de Coralie Fargeat es una experiencia que contiene una gama inmensa de miradas y vale la pena experimentar en carne propia. No es una cinta que pase indiferente, sobre todo si no estamos acostumbrados al body horror y al terror más carnal, gutural y visceral. ¿Se sumará con el tiempo a los grandes exponentes del género? A mi gusto y entender, no. Pero no me cabe duda que es una de las películas de 2024 que realmente vale la pena sentarse a ver.