The outwaters (2023)

No es nada nuevo decir que el recurso cámara en mano, falso documental o mockumentary, ya está explotado hasta el hartazgo. El problema no es su propia impronta, ya que más allá de ser un subgénero dentro del terror (generalmente), puede llegar a ser una herramienta que ayuda a la narrativa. Y en ese caso, siempre nos enfrentamos al mismo concepto: ¿hasta cuándo tiene sentido que el protagonista siga filmando?

Más allá de lo que podríamos argumentar como “cuestiones técnicas” (duración de batería, duración de memorias, etc), existe ese otro plano que acompaña, de alguna forma, el verosímil de la película. ¿Realmente podríamos seguir filmando en situaciones extremas? ¿Hasta cuándo es necesario filmar? ¿No tiraríamos la cámara y saldríamos corriendo con tal de resguardar nuestra vida? Estás preguntas, al menos en el cine de terror, entrarían en el mismo grupo de “¿Por qué se mete en ese callejón oscuro sin salida?” o “¿Por qué se separan cuando claramente deberían ir juntos para tener más chances de sobrevivir?”. Respecto a todo esto, creo que es una cuestión de gustos. Pero al menos en mi forma de ver las cosas, todo tiene un límite.

The Outwaters es, para comenzar, una película que me resultó bastante floja en todos los aspectos. En los primeros 60 minutos (minuto más, minuto menos), no pasa absolutamente nada. Vemos a un grupo de amigos que gira alrededor de una chica que quiere grabar un video musical para el disco que está por lanzar, pero nunca se termina de entender bien qué es lo que buscan y por qué hacen lo que hacen. Durante estos minutos de metraje, las vamos a ver charlando entre ellos, bailando, drogándose, tomando alcohol y haciendo cosas cotidianas, que no aportan nada, literalmente, a la historia.

Cuando emprenden el viaje al desierto de Mojave, vaya uno a saber bien por qué, es como que llegan hasta una zona en auto y después comienzan a caminar. El problema es que en ningún momento estipulan a dónde van, o qué pretenden hacer. Es como que avanzan y avanzan adentrándose en el desierto sin objetivo alguno, sin al menos marcar un rastro y sin saber cómo volver. Es todo muy confuso realmente. Nunca se establece realmente lo que intentan hacer, ni el por qué. Se siente todo muy arbitrario, y si a eso le sumamos que tampoco se establece una historia concreta, todo es aun más tirado de los pelos.

Y si pensaban que todo esto era un problema, todavía no llegó lo peor. Cuando las cosas se ponen feas en el desierto, y comienza la segunda parte de la historia, la película se hace inentendible. Hay minutos con escenas a oscuras, intentos de escenas oníricas o destellos de locura en los personajes que nunca logran concretar nada. El personaje principal deambula solo por el desierto de noche, filma piedras en la oscuridad, filma algunas plantas secas, filma la tierra resquebrajada del desierto. Grita, habla solo, camina. Pero todo en la oscuridad, ilumina cosas en la nada con una linterna. Realmente nada tiene sentido. Los momentos en que se hace de día, todo es igual de incomprensible.

Hay un intento de narrativa. Medianamente uno puede sacar migajas de lo que el director intenta decir y armar algo que más o menos tenga coherencia. Pero es nuestro esfuerzo, es nuestra mente que logra aunar todas esas piezas de forma vaga e inconclusa, porque la película termina siendo un cambalache de cosas que quizás suenen bien en un texto, pero llevadas a la pantalla, no lograron en ningún momento cumplir con su cometido. El director, a mi entender, intenta jugar con los sentidos de los espectadores. Lo auditivo pasa a cobrar mucha más importancia que lo visual, pero de una forma poco agraciada. A mí, particularmente, me dejó completamente indiferente. Incluso hubo varios momentos donde me vi predispuesto a divagar, a querer sacar la película.

Robbie Banfitch (White Light) es el escritor, director y protagonista de la película. Lo acompañan Scott Schamell y Leslie Ann Banfitch en su primera vez en una película, y Michelle May (Bikini Model Academy). Lo mejor de la película termina siendo el pequeño juego de palabra que el director hace con la actriz Michelle Mayque en la película se llama Michelle August. En fin.