The First Omen (2024)

Así como no podemos negar la importancia que tuvo The Exorcist (1973) en su momento, tampoco podemos negar lo que significó The Omen (1976). Esta última franquicia tuvo nuevas entregas, que no le hicieron honor al clásico de Richard Donner, y este año aparece The First Omen, en una época donde la falta de ideas es notoria y todo se resume en revolver los cajones viejos para salpicar la pantalla con éxitos de antaño apelando a la nostalgia de un público al que estas producciones no apuntan, nótese la ironía. La directora Arkasha Stevenson (Channel Zero, Legion, Brand New Cherry Flavor) se anima a ponerse los zapatos de las ligas mayores y dirigir esta precuela. ¿Es terror con pequeños toques de comedia involuntaria? ¿Quiere ser fiel al clásico o tomar su propio camino? ¿Quiere ofrecer algo nuevo dentro del género o ser un rejunte de clichés que hacen perder el factor sorpresa?
La película comienza de forma extraña. Le cuesta encontrar su propia personalidad. La historia ya la vimos varias veces. Los momentos de tensión se adivinan porque parecen ser sacados de otras producciones del mismo género. ¿Cuál es la búsqueda? Visualmente hay un tono marcado en The First Omen, pero no en su propósito narrativo. ¿Un convento lleno de monjas que esconden algunos secretos? Oh, nunca antes visto. ¿Una niña malvada que hace dibujos perturbadores? Oh, increíble. ¿Voces y susurros en la oscuridad? Oh, no lo puedo creer. Immaculate atraviesa todos los mismos tropos y logra ser muchísimo más concisa, concreta, creativa, original y perturbadora.
Y sí, espero sepan disculpar mi -estúpida- ironía en el párrafo anterior, pero hay algunas cosas que me molestan, y esos son los lugares comunes. Se pueden entender las limitaciones de una productora de renombre, incluso podría entender lo encasillado que puede ser el camino para transitar una precuela de este tipo. Pero me cuesta mucho entender el hecho de conformarse “con lo que hay”, pensando que aspirar a más es un error de concepto. Y quizás en este punto estoy hablando más de los espectadores que de la propia directora. Porque nada tiene que ver esto con esperar algo de la película que no me terminó dando. Se trata de no recibir ni lo que el propio género estipula como el ABC de su construcción. Me cuesta creer que con todo lo que tiene para dar desde la narrativa religiosa relacionada con el anticristo, lo único que quede en el recuerdo sean algunos flujos y una escena que solo busca generar controversia al mejor estilo Pedro Almodóvar. La pregunta, entonces, es: ¿tiene sentido que esa escena exista, o si la quitamos sería lo mismo? ¿Está solo para generar ruido?
The First Omen colecciona clichés y tiene una búsqueda concreta para entregar la trama más trillada posible con los sucesos más predecibles. Es como si el guión hubiese sido escrito mirando varias películas del género y plagiando ideas. Carece completamente de identidad propia, de carácter. Hay una suerte de “nuevo terror” que parece pensado para un nuevo público, una gama de espectadores que no son asiduos al género. Gore no es terror. Y esto a lo que llaman gore está a años luz del gore establecido como tal, aquel que profesan seres perturbados como Olaff itenbach, Andreas Schnass y Jorg Buttgereit. La cuarta entrega de Rambo despedazaba gente de forma explícita y nadie decía nada. Este terror que busca ser comercial se apoya en un concepto bastante errado a mi parecer, que parece pregonar a todos los vientos: “mirá qué extremo soy, te muestro un par de tripas”. Es un “terror influencer“, que necesita más el hecho de llamar la atención que de ser lo que promete ser. Porque a fines prácticos, el golpe de efecto llega cuando ese tipo de escenas están justificadas. Mostrar tripas solo por el hecho de mostrar tripas no tiene impacto alguno.
Lo mismo pasa con el terror y los -malditos- jump scare. ¿Realmente alguien piensa que jump scare es sinónimo de terror? Puede ser un elemento, una herramienta para buscar una finalidad, pero como todo, tiene que tener su contexto, su razón. Los jump scare en Insidious son perfectos. Primero se genera un clima, este clima marca el tono de la escena. Hay suspenso, se abren varias aristas para generar expectativa y ansiedad en el espectador y que no pueda predecir qué es lo que va a pasar. Se genera en este caso el factor sorpresa. Ahí llega el jump scare, que es como el orgasmo de ese intenso clímax construido. El susto solo por el susto no tiene sentido. Sí, quizás es funcional a ese pequeño salto que pegamos, pero nada más. No profundiza, no busca sentenciar a largo plazo. Muere al mismo instante que nace. Pero nada de esto le importa ni a Arkasha Stevenson, ni a los guionistas ni mucho menos a los productores de esta película. El “gore” y el terror de esta producción tiene la misma intencionalidad que mostrar un par de pechos al aire en la saga American Pie.
Y que no se malinterprete: siempre que me siento a ver una película lo hago con toda la intención de que me guste. No con expectativas, que es diferente y puede jugar en contra, sino con buena cara. Con tintes positivos. El problema llega cuando nos enfrentamos a algo como The First Omen, que termina siendo un cúmulo de arbitrariedad indefinida, un conjunto de decisiones, acciones, reacciones y situaciones generalmente aisladas que no tienen mucho sentido. Los dos primeros actos se utilizan para plantear una línea argumental que apunta a un personaje en particular, poniendo todo el peso sobre él. Pero en el tercer acto se lo deja de lado y ahora todo apunta hacia la protagonista, tirando un poco por la borda todo lo narrado anteriormente. En los últimos instantes, se le da forma al concepto de precuela, culminando con información obvia teniendo en cuenta que conecta con The Omen de 1976. Pero, como dije antes, la película no apunta a quienes vimos la película original o a quienes somos amantes del género. Su búsqueda es otra, y en el énfasis de ser comercial, tiene que dar explicaciones que se sienten redundantes.
Como siempre digo, no soy un idealista. No peco de ingenuo al poner como adjetivo el mote de “comercial”, como si fuese algo malo. Todos tenemos que pagar impuestos, cualquier que invierta dinero quiere recuperarlo. Así funciona este mundo capitalista que tanto abrazo, así son los negocios. Está bien y lo entiendo. No reniego de eso. Pero sí siento que, incluso teniendo ese norte como destino, se puede intentar un poco más. Ir a lo seguro generalmente no rinde frutos, sobre todo en una época tan saturada de contenido y donde la mayor parte de la audiencia está cansada de ver una y otra vez lo mismo. ¿Querés ganar dinero? Te aplaudo, así es como tiene que ser. Pero eso, de ninguna manera, implica que tengas que ser tan básico con cada uno de los fotogramas de tu película. Esta precuela no fue un éxito, ni fue una producción taquillera ni mucho menos amada por el publico general. En pocas palabras: su falta de coraje, teniendo todo para ganar, fue la que cavó su propia tumba. Si el fuerte de tu película es un poco de sangre en una escena sin sustento, es porque mucho más no tenías para ofrecer.
The First Omen no se aleja demasiado de otras producciones de terror moderno, y si no fuese porque es parte de una saga de renombre, tranquilamente podría ser parte de la fábrica de chorizos en la que se convirtió Blumhouse cuando comenzó a copiar el “efecto The Asylum”: baja calidad, refrito de ideas, poco presupuesto, inversión -al menos- recuperada. Con un costo de 30 millones de dólares en su producción, recaudó 60 millones alrededor del mundo. Los números hablan por sí solos. El tridente culpable de este despropósito, de la mano de Arkasha Stevenson, se completa con los guionistas Tim Smith (en lo que supone su primer largometraje y único guión en su carrera) y Keith Thomas (The Vigil). Nada más para decir, su señoría.