The Equalizer (2014)

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Muchas veces, volver a ver una película ayuda a reparar en los detalles. Antoine Fuqua es un director que, al menos a mi parecer, tiene una carrera subestimada. Ha realizado enormes películas que tienen su marca registrada, su impronta de autor, como les gusta decir a muchos. Y un director que logra eso, tiene mucho para decir a nivel narrativo y visual. The Equalizer es la primera de una trilogía muy completa, y si bien se podría decir que bebe de lo que fue Taken y el gran Liam Neeson, supo encontrar su propio destino y despegarse de simplemente ser la copia de otra película exitosa. Antes de eso, podríamos hablar del ojo por ojo de la época de Ronald Reagan, y de películas como las de Charles Bronson, pero eso es para otro momento.
Acá comenzamos a conocer la historia de Robert McCall, un hombre entrado en años, culto, simpático, amable, buen compañero, buen amigo y, por sobre todas las cosas, empático. Se lo ve solitario, pero tranquilo, acepta esa soledad. Contempla la vida desde un lugar muy particular con una semblanza apacible, y ha hecho de sus días una rutina llevadera que sabe disfrutar. Es metódico, estructurado, incluso perfeccionista. No sabemos nada de su pasado, aunque lo podemos intuir. Esa vida tranquila que viene llevando, aburrida para muchos, va a dar un cambio rotundo cuando, justamente, la empatía lo lleve a responder por los demás. Por quienes no tienen a nadie. Por la injusticia. Por las buenas personas que no tuvieron una oportunidad, que no saben cómo salir del pozo en el que se encuentran.
En esta primera parte, Robert McCall comienza a darle forma a ese dicho que reza: “no todos los héroes llevan capa”.
Fuqua sabe mucho sobre cine de acción. Lo respaldan títulos como The Replacement Killers, Training Day, Shooter o Olympus Has Fallen, entre otros. Pero también es un director que, cuando puede, sabe construir personajes. Les da la emocionalidad justa para que podamos entender sus motivos, qué los impulsa, cuáles son sus temores. Son personajes tridimensionales, que en mayor o menor medida, obtienen una personalidad que se puede analizar largo y tendido gracias al componente psicológico que los define. Robert McCall es de esos personajes, y más allá de la mano de Antoine Fuqua en la dirección y de lo que hace el guionista Richard Wenk (Jack Reacher: Never Go Back), hay algo aún más importante y se llama Denzel Washington.
Denzel es, para mí, uno de los mejores actores que Hollywood nos supo dar, y lo que hace con este personaje (como con todos los que suele interpretar) es maravilloso. ¿Es importante el dote actoral de un actor para una película de acción? Totalmente. Porque ya no estamos en la época donde los músculos guiaban los caminos a seguir y llenaban las pantallas de testosterona indiscriminada. Gloriosos sean esos días. Acá estamos frente a otra forma de ver la acción. Ya no hay fuerza sino estrategia. No hay caos sino serenidad y control. La acción de hoy en día se parece más al concepto del héroe como el Patrick Swayze de Road House (1989) que a la de Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger.
No hay duros entrenamientos de hombres en cuero sudando, sino una tranquila cotidianeidad y una paciencia sepulcral. Otros son los tiempos, otras son las búsquedas, y para que este tipo de personajes logre cerrar, tiene que tener motivos propios, más allá de lo que los impulsa en el momento. Hay algo tácito que los hace moverse, pero con ese movimiento, logran desahogar todo lo que llevan dentro, lo que callan, aquello demonios internos que los acompañan día a día.
Lo interesante de este personaje y cómo se plantea la película, es que nosotros vemos solo el resultado de una vida que es todo un misterio. El comportamiento de nuestro protagonista corresponde a una vida no solo de entrenamiento, dedicación y compromiso, sino también a todas las batallas ganadas y perdidas desde lo emocional. A la gente que eliminó y aquellos a quienes perdió. Y como lo demuestra cada una de las entregas de esta saga, él no intenta quedarse atascado en su pasado, sino que constantemente busca la manera de hacer algo con lo que tiene. Dicen que no está bien mirar al costado, y por suerte, Robert McCall no es uno de esos hombres. Desinteresadamente, ayuda a quienes lo necesitan. A quienes no tienen a nadie más.
Lo bueno de la construcción de estos personajes es que uno, aunque no conozca la saga, ya sabe que es un personaje al que no pueden eliminar porque de alguna forma, terminan siendo mártires en vida. Sabemos que de forma elegante pero extremadamente violenta y eficaz, nuestro protagonista va a terminar con la vida de todos los enemigos que se crucen en su camino. Por ende la sorpresa, el postre entero, reside en cómo lo va a hacer, y porqué lo hace. Las escenas de acción en The Equalizer son sublimes. Perfectamente filmadas, perfectamente ejecutadas. Hay un buen gusto a la hora de crear las coreografías, que son acompañadas de un realismo impactante. Poco a poco nos vamos dando cuenta, incluso desde la primera secuencia de acción, que a Robert McCall le encanta vivir como si fuese un hombre normal, pero no lo es. Tiene un poder, y con eso, una responsabilidad.
Y su lucha es la de todos los seres de bien, porque lucha por la justicia, por la verdad, por aquel que necesita una mano para levantarse. Como ya dije en otro momento, a cada uno nos mueven diferentes aspectos emocionales de la vida, y desde el minuto uno, yo compré lo que la película de Fuqua quería venderme.
Otro gran detalle, que entiendo que pueda ser debatible, es la personalidad del villano principal, del “final boss”, por así decirle. Es lo que podríamos llamar un villano caricaturesco, trillado en los tonos más básicos, de esos malos que son muy malos y lo tienen que demostrar por algún motivo. Si bien a muchos esto les puede parecer innecesario, yo creo que es un acierto desde el punto de vista de la construcción de ambos mundos. Mientras uno necesita mostrarse malo y desalmado para ser imbatible (mostrando claros indicios de inseguridad), el otro no necesita mostrar lo que es porque realmente sabe el poder que tiene. Solo desata su potencial cuando realmente es necesario, porque puede vivir sin eso, es solo una herramienta para alcanzar una finalidad. Mientras uno necesita la violencia como institución, y un montón de súbditos que avalen su poder, el otro solo necesita un buen café, un buen libro, y regalar una sonrisa amable a las personas que realmente lo merecen. La pelea está ganada incluso antes de comenzar.
Y al final de cuentas, queda claro que este villano no era rival para Robert McCall. No solo por preparación, técnica y experiencia, sino porque McCall tiene un motivo noble. Y así se va a construir esta saga, con tipos malos que se meten con gente que nuestro protagonista aprecia. Nuestro protagonista, que porta una oscuridad introspectiva mucho más fuerte de lo que deja ver, sabe lo que es estar en un pozo emocional. Y desde el lugar de un hombre que ha tocado fondo, logra entender la importancia real de la vida. Lo que busca McCall es hacer del mundo un lugar mejor, persona por persona, historia por historia. Un lugar mejor para poder vivir. Un lugar en el que finalmente pueda descansar y al que pueda llamar hogar.