The Boogeyman (2023)

El miedo a la muerte y el miedo a la oscuridad son, quizás, dos sentimientos que le dieron forma a la mayoría de mis pesadillas. El saber qué pasa más allá de nuestra finita existencia, y ese terror descomunal de no saber qué acecha en la oscuridad, le han dado forma a cientos y cientos de historias. Depende de quién lo mire, cada realidad va a ser única. Muchas veces, cuando somos niños e inocentes, la realidad nos afecta diferente y hay ciertos golpes que no nos invaden justamente porque, de alguna forma, la escasa experiencia de vida nos vuelve ignorantes de diferentes situaciones. Podemos decir, entonces, que la inocencia en algún punto nos protege.
Al mismo tiempo, esa inocencia nos puede poner en un rol de incertidumbre absoluta, porque justamente el desconocimiento se convierte en nuestro peor enemigo. Al mismo tiempo, cuando crecemos, ese desconocimiento va perdiendo lugar y el nuevo conocimiento que vamos adquiriendo es lo que nos comienza a atormentar. Entendemos la muerte de otra forma, comprendemos la pérdida desde otro lugar. Pero la oscuridad puede seguir siendo algo que nos paraliza, sin importar la edad que tengamos. The Boogeyman, la película que adapta el cuento del maestro Stephen King, toma todos estos conceptos y los maneja de una forma muy concreta y agraciada.
Los personajes tienen edades justas para la historia que se quiere contar. Nos encontramos con una familia que se ve inmersa en un duelo difícil de llevar. El padre, que trabaja de psicólogo, y sus dos hijas. La más pequeña extraña a la mamá, pero desde un lugar puro, con el enfoque puesto en la necesidad de aquello que falta. La más grande, adolescente ella, debe enfrentar todo lo que significa una pérdida, desde lo tácito como el dolor y la lóogica necesidad, pasando por otras cuestiones más personales, como la mirada de los demás, el bullying innecesario y desalmado, y las propias fantasías dignas de la edad. El padre, por su parte, es quien elige no hablar del tema, esquivarlo, evitarlo. No sabe cómo afrontar aquella triste realidad que afecta a su familia.
Con poca información y muy bien llevada por parte del director y del guionista, ayudándose de la virtud visual que regala el cine, nos ponen en contexto. Hay un desarrollo de personajes sutil, pero que cala hasta los huesos, y justamente como dije antes, nos hace vivenciar diferentes situaciones desde diferentes puntos de vista. Esos puntos de vista son los que le otorgan dinámica a la cinta, y la dotan de una gama amplia de situaciones que abrazan de lleno al género del terror.
Al monstruo se lo representa como algo que va creciendo de a poco, como si fuese un cáncer que va lentamente aferrándose a nuestras células. Se esconde en la oscuridad, espera, le gusta jugar con la mente de sus víctimas, como si fuese una depresión. Incluso, te puede hacer escuchar voces, como si fuese la locura que golpea tu puerta. Cualquiera de estas tres metáforas puede calzar junto con la construcción de este monstruo. Te sigue a todas partes, elige personas que padecen una pérdida o personas que se sientan mal. Hay un montón de detalles que le dan esa forma, y lo hacen incluso mucho más intrapersonal. Es una buena herramienta narrativa esa de aunar varios sentimientos que cualquiera puede tener, como para sentirse parte de la historia y lograr la empatía necesaria.
El problema con todo esto, y retomando un poco los párrafos anteriores, es el drama que generan entre el padre y las hijas. Hay una cuestión de inmadurez emocional por parte del padre, que incluso siendo psicólogo no sabe cómo contener a la hija, no la escucha, la esquiva e incluso pareciera realmente no reparar en sus sentimientos. Muchas películas de terror tienen ese condimento donde a las víctimas nunca se les cree lo que experimentan, generando un contexto de mayor soledad en estos personajes ya que se sienten incomprendidos y dejados de lado. En el caso de The Boogeyman, al menos a mí todo este embrollo es algo que me hace ruido. Porque una cosa es que el padre de familia no le crea a la hija más pequeña el hecho de que haya un monstruo en la casa, y otra es que ignore por completo no solo lo que dice la hija más chica, sino los sentimientos y necesidades de la hija más grande. Hay una desconexión importante que si bien se intenta justificar, rompe un poco con el verosímil que se intenta plantear.
Entiendo que esta adaptación busca más ser una película mainstream que algo de autor, pero en la búsqueda de lo exitista, pierde un poco el eje de la historia. Hay toda una situación extremadamente forzada, con la hija adolescente invitando a la casa a un grupo de compañeras del colegio que solo le hacen bullying, y claramente todo desemboca en una escena donde la tensión está bien plasmada, pero el porqué se vuelve demasiado tirado de los pelos. Entiendo la necesidad de generar terror, y la verdad es que durante todo el metraje, el director sabe crear climas y ambientes muy convincentes, dejando expuesta a esta y otras escenas que carecen un poco de sentido si pensamos, de nuevo, en su verosímil. ¿Es válido crear momentos de horror aunque el costo sea tirar abajo la credibilidad de la historia?
En esta búsqueda y con las reglas del género planteadas, el monstruo también actúa de forma errática. A veces acecha a un personaje para luego irse, a veces se acerca a los personajes solo para eso, para que la cámara lo capte cerca pero luego no suceda nada. Es como si el comportamiento de este engendro solo funcionase a favor del guión. Esta falta de reglas claras hace que un poco se pierda el sentimiento de urgencia, esa credibilidad de que estamos frente a un ser insaciable como lo plantea la propia historia de entrada. Y tanto es así, que llega un punto en el que las casualidades comienzan a ser parte de la construcción de la historia, ahora sí, dejando de lado cualquier halo de credibilidad. Pareciera como si el director estuviese más concentrado en contentar a sus productores que en contar una buena historia. Pero en los tiempos que corren, ¿Quién puede culparlo, verdad?
Lo mismo pasa, en consecuencia, con el monstruo, el enemigo de nuestra cinta. ¿Es real o es producto de la imaginación? ¿Se teletransporta? ¿Cómo hace para estar en dos lugares completamente alejados casi al mismo tiempo? ¿Cómo hace para desaparecer en un lugar y aparecer en otro? ¿Viaja a través de la oscuridad? ¿Qué hace cuando es de día? Convenientemente, todo se desarrolla de noche y en una casa donde la mayor parte de las luces siempre están apagadas, o las pocas luces que hay son demasiado tenues. No me querés contar el origen del monstruo, no me lo cuentes, puedo vivir sin eso. Pero no manipules las reglas a tu favor. No cambies el verosímil que vos mismo planteaste solo para que haya un par de sustos más o para que las cosas terminen de una forma por más que esa forma no tenga sentido alguno con el relato o con los dos actores anteriores. Por lo menos a mí, me hace sentir que todo pierde el poco sentido que existía.
Todas esas pequeñas dudas e incoherencias, escalan de forma abismal en el tramo final. No voy a entrar en spoilers, pero las decisiones que van tomando los personajes minuto a minuto son, mínimamente, inconcebibles. Además, no siempre es necesario tener un pequeño giro, una pequeña sorpresa, un innecesario golpe de efecto. Todo esto demuestra un poco aquello que mencionaba anteriormente, esa necesidad de ser comercial, de encarar una historia pensando más en la taquilla que en la calidad de la historia. Los dos trabajos anteriores de Rob Savage, el director, tenían su marca registrada. Eran, sin duda, películas de autor: Host (2020) y sobre todo Dashcam (2021). Se nota que son películas concebidas sin demasiada presión, porque nada se esperaba de ellas. Adaptar un cuento del querido Stephen King y que su nombre esté en el poster de tu película, genera unas expectativas muy difíciles de alcanzar y la necesidad mínima de una taquilla por alcanzar.