Sinners (2025)

Hace algunas horas, conversaba con una persona a la que admiro y a la que leo y escucho muy atento siempre que hablamos de cine de terror. Conversábamos sobre Bring Her Back (película de la que ya haré un análisis en breve) y comentando las virtudes del terror como género, ella me decía (parafraseando un poco) que: “no hay verdades taxativas en el cine de terror, más allá del análisis cinematográfico, está todo lo emocional que se pone en juego, porque precisamente habla de algo súper íntimo, de los miedos”. Y me parece un texto muy certero para comenzar esta reseña, ya que considero que en su corta carrera, Ryan Coogler pone mucho de eso en sus película y sobre todo en Sinners (2025) que me resultó, sin lugar a dudas, una película donde demuestra al 100% su costado más de autor, algo que no pudo hacer antes por estar sosteniendo una franquicia como la de Rocky, y un letargo como el de Marvel.
Y es por eso mismo que en esta película protagonizada por Michael B. Jordan, Ryan Coogler hace algo que para muchos directores que se aferran a la maquinaria de Hollywood parece imposible después de tantos años inmerso en franquicias: se suelta, se relaja, hace lo que realmente tiene ganas de hacer. No es por hacer comparaciones (porque realmente creo que Sinners no tiene comparación válida), pero el caso me recuerda -a la inversa- a lo que ocurrió con Rob Zombie. El músico, director y guionista (e incluso escritor de comics) comenzó su carrera así, haciendo “lo que quería” con House of 1000 Corpses (2003) y The Devil’s Rejects (2005), dos película que desbordan por todos lados la cinematografía más gutural del artista. Sin embargo, la fama de dichas películas lo llevaron directamente a cargarse una franquicia tan importante (y vapuleada en aquel momento) como Halloween, y las cosas no salieron del todo bien. La impronta de Rob Zombie se vio manoseada, las cosas que se sentían dignas de él no encajaban demasiado y las partes más comerciales, tampoco. Y este es solo un ejemplo de los tantos que hay. Para no quedarme corto y mencionarlo al paso, con la gran mayoría de los directores del nuevo extremismo francés pasó lo mismo: grandes exponentes del terror en sus comienzos, despojados de presiones y bajadas de línea, pero cuando llegaron a Hollywood, casi todos hicieron agua.
Volviendo a Sinners, pero siguiendo en la misma línea, hay algo muy positivo en el hecho de que un director logre ese lugar. Hay trabajo detrás. No debe ser fácil responder a las órdenes de Marvel y, al mismo tiempo, lograr levantar una bandera que represente lo que hoy en día él representa: su cultura, sus raíces, el sufrimiento con el que lograron salir adelante, ese grito en el cielo que quedó marcado durante generaciones. Coogler se suelta, y enfoca su búsqueda en cada una de las aristas implícitas: música, sonido, apartado visual, cinematografía, la construcción de un universo propio. La incursión del director en el cine de tropos originales cargados de un manto creativo sin mucha atadura no solo es bienvenida, sino que se siente urgente en una industria donde las películas que revientan la taquilla son las que, generalmente, menos soportan un análisis riguroso. La historia está ambientada en un Mississippi bañado por el sol y las injusticias raciales de los años 30, aunque acá los protagonistas están -por así decirlo- del otro lado de la balanza. La película es una interesante mezcla de mafia, vampiros, blues, religión y espiritualidad, con una libertad creativa que expone de forma tácita el mensaje que el director quiere dejar impreso en su legado.
Siempre dije que, dentro de los subgéneros del terror, el de vampiros es uno de mis preferidos. La idea, entonces, de mezclar colmillos con ese ambiente del vudú de Mississippi, las tradiciones, la parte más folk de la zona, la impronta más gótica del subgénero, junto a dos hermanos mafiosos de armas tomar, me parecía fascinante. Lo mejor de todo esto es que Sinners me regaló algo completamente diferente a lo que podía esperar. Incluso, completamente distinto a lo que podría haber imaginado. Porque su mayor virtud es no ser convencional, no caer en el cliché, en lo trillado, al menos durante gran parte de su metraje. Porque en algún punto, sentí que el director cargó dos grandes bocanadas de aire para estructurar la película: la primera parte, con un aroma de autor que hipnotiza, donde cosecha la historia de todos los personajes que aparecen, sus relaciones, y se toma su tiempo en hacerlo, vagando por sus historias personales, la cultura, y todo el trasfondo necesario; un ejercicio que podría ser el vestigio de Near Dark (Kathryn Bigelow, 1987) pero en formato “sueño húmedo” en la mente de Roger Waters. La segunda parte llega al final, donde todo se vuelve más carnal y palpable, más similar a las formas clásicas del cine, casi como si fuese una versión de Vampires (John Carpenter, 1998) imaginada por Robert Johnson antes de entregar su alma.
En esa particularidad donde se construye esta historia, la acción y el terror tardan más de una hora en mostrar sus colmillos, y no se siente ajeno. A diferencia de otras películas como From Dusk Till Dawn (Robert Rodriguez, 1996) o The Cabin in the Woods (Drew Goddard, 2011) donde el cambio de estructura es completamente sustancial, en Sinners se siente necesario, pautado, casi como una necesidad. Si bien en el párrafo anterior hablé de dos Ryan Coogler diferentes, no por eso se desconocen. Existe un hilo conductor entre ambas partes, por eso el cambio no sorprende, sino que complementa. Y es que a decir verdad, los monstruos ya estaban antes de llegar estos seres de la noche. Los vampiros no son sólo criaturas con ansias de sangre, sino una metáfora directa de lo que significa ser afrodescendiente en un mundo blanco. Hay un camino recto frente a nuestros personajes principales y la necesidad de proteger lo que tienen y lo que aman de quienes quieren explotarlos, clavarles sus colmillos, vaciarlos. No solo en los dos personajes que personifica Michael B. Jordan, que tienen dinero y poder, sino también en el resto, en aquellos que trabajan duro para ganar el pan de cada día como jefes propios, y en aquellos que todavía siguen siendo explotados en diferentes plantaciones. Todos tienen mucho que perder y, por ende, mucho que proteger.
¿Cuál es el pegamento que une todo esto que estoy mencionando? Respuesta directa: la música. El compositor y productor Ludwig Göransson (quien ya trabajó con Coogler en Fruitvale Station, Black Panther y Creed, pero viene del mundo de la música, colaborando con Childish Gambino, Alicia Keys, Travis Scott o Rihanna) crea una banda sonora que no solo acompaña a cada escena, sino que también posee, se adueña de cada momento y nunca desentona, sino que potencia. La fusión entre un blues crudo, bien de la época, con tintes electrónicos, guitarras eléctricas y disonancias casi rituales y tribales, convierte al sonido en un personaje clave en una de las escenas más trascendentes y oníricas de toda la película. El primer show de Sammie (interpretado por Miles Caton), cantando ‘I Lied to You’, captura con una fuerza hipnótica lo que significa entregar el alma en una canción, en la búsqueda de esa libertad sensorial que solo la música puede regalar. Esa secuencia, coreografiada como si el cine, el sonido y la religión fueran la misma cosa, demuestra sin un solo diálogo todo lo que Ryan Coogler quiere decir.
Sinners no se queda en la superficie del género. No intenta rasgar un manto similar al de otras producciones. No quiere parecerse a nada. Además de su concepción, su diseño de sonido y música, tiene una puesta en escena dinámica con un excelente trabajo de fotografía y una dirección que prioriza los matices culturales por sobre la literalidad del terror, porque como ya dije en otras ocasiones, esta cinta es también una reflexión sobre el calor de una comunidad, los traumas que necesitan sanar -al menos por una noche-, con lo relajante de una bebida fría y buena música, y esa tensión constante entre libertad y pertenencia que volverán a tener muchos de ellos una vez que termine ese breve -pero necesario- momento de exilio. El sur de los Estados Unidos es tan protagonista como sus personajes, y la película no tiene miedo de tocar temas como la diferencia de clases, el racismo, la represión religiosa, el clasismo interno, o la constante amenaza externa de un sistema que quiere devorarlo todo, como los vampiros tardíos de esta historia.
Que me haya gustado tanto generó que, en contraparte, otras cosas se hayan sentido con la necesidad de expandirse. En una historia con tanto trasfondo mafioso (del que solo se hacen breves menciones), se extraña que se explore tan poco el pasado criminal de Smoke y Stack. Hay una profunda resonancia de quiénes fueron, lo que vivieron, lo que transitaron, y cómo llegaron a ser quienes son hoy en día. De la misma forma, y contemplando el todo de la propuesta como una cinta de terror y acción, queda un poco diluido el género, ya que nunca se termina de explotar. Hay secuencias potentes y violentas hacia el final, pero duran poco y tienen poca presencia para toda la construcción que hay en la previa. Sin embargo, así como digo esto, quiero aclarar que no lo digo desde una mirada negativa, sino más bien nostálgica, algo que muy en lo profundo de mi ser, me hubiese gustado presenciar. La verdad de este eslabón, es que la película no parece aspirar a eso. No es parte de su búsqueda. Sinners apuesta más a la alquimia, al hecho biológico -casi mágico- de mezclar lo clásico con lo moderno, lo espiritual con lo sensorial, lo político con lo sobrenatural.
No tengo duda de que estamos frente a una de las películas del año, al menos del mío. Sinners es una producción valiente porque se anima a ser lo que quiere ser en una industria dominada por algoritmos y necesidades comerciales. Sinners es necesaria para lo que, al menos yo, siempre entendí como cine. Es necesaria para la sangre que corre por mis venas, para ese niño interior que sigue creyendo en encontrar nuevos exponentes que lo vuelvan a sorprender, como aquella vez con 8 años cuando vi A Nightmare on Elm Street (Wes Craven, 1984). Sinners no es la única, pero es de esas pocas películas que me hacen creer que no todo está perdido cuando hablamos de cine de terror. Porque, justamente (y por más contradictorio que suene) no solo habla de cine, sino que habla de vampiros metafóricos pero grita sobre arte, identidad y resistencia, sin concesiones, sin pedir permiso. Es un manifiesto disfrazado de espectáculo. Muchos dicen que lejos está de ser perfecta. Muchos dicen que no tiene sentido ni verosímil. Muchos dicen que es una oportunidad mal aprovechada. No lo sé, quizás tengan razón. Yo solo sé que es única, y como en el terror no hay verdades taxativas y todo lo emocional es lo que se pone en juego, a mí me llegó directo a la sangre, a ese lugar del alma donde vive un Lucas que solo sueña, vive y respira cine.