Road House (1989)

Todo cambia. Cada generación viene con una nueva mirada del mundo. Lo que se vivía en los 80s y en los 90s, claramente, no es lo que se vive hoy. No es ni mejor, ni peor, solamente distinto. Seguramente, quién esté leyendo esto, tendrá su propia opinión y su propia mirada. Y está bien. Pero, como decía, en aquellos tiempos las cosas eran diferentes. Era otra cultura, otros valores, y la ley del más fuerte no sólo regía en el cine, sino también en la vida. En aquel entonces, existía el concepto de héroe de acción. Era ese tipo con características de macho alfa, con porte, presencia, con una rudeza nata. Utilizaba sus puños para hacerse entender, y a fuerza de violencia explícita solucionaba los problemas de turno.
Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, el mítico Chuck Norris, Bruce Willis, incluso Wesley Snipes. Obviamente, Jean-Claude Van Damme, hasta podríamos nombrar a Steven Seagal. Todos tipos qué, con mayor o menor masa muscular, con mayor o menor conocimiento sobre artes marciales, con mayor o menor uso de armas de fuego, recurrían a la violencia para solucionar problemas, y frente a la muerte del enemigo final, disparaban una línea de diálogo épica. Otros tiempos, otra mirada. Otras costumbres y otros gustos.
El Duro, conocida como Road House en su idioma original, es hoy en día un clásico que se ganó su lugar por varios motivos. Uno de ellos fue, sin duda, el reconocimiento del hombre duro como tal, quien reconoce servir para un solo propósito en la vida y lo utiliza para proteger a quienes lo necesitan. La violencia se justificaba desde el punto de vista de que el villano era aún peor que quien aplicaba la fuerza para resolver problemas, pero El Duro llegaba para soltar una pregunta que la distinguía de otras: ¿Es quien mata con sus propias manos a un villano menos asesino que el villano en sí? Puede tener otros motivos más loables, puede hacerlo para evitar un mal mayor, pero si nos ponemos técnicos, no deja de ser un asesino.
La película nos presenta al icónico Patrick Swayze (Dirty Dancing, Ghost, Donnie Darko) como James Dalton, una leyenda en esto de ser guardia de seguridad de bares con mala fama. Pero Dalton no pierde el control, y por algo es el mejor. Tiene reglas, es metódico. No golpea como primer recurso, sino como último e inevitable. Es correcto, educado, ha estudiado filosofía pero, aún así, elige que su vida se defina dependiendo de cómo le vaya a un bar en un pueblo pequeño. Un bar que supo tener su época dorada, pero que ahora está cayendo en picada. Y su dueño, para darle una nueva vida, contrata a Dalton. Y Dalton, como es el mejor, pone las cosas en orden y el bar vuelve a ser lo que era antes.
La historia puede parecer simple, pero involucra sentimientos de empatía, algo que la diferencia un poco del resto de los héroes de acción del momento. En aquel pueblo, Dalton comienza a conocer a algunos de sus habitantes. El dueño de una tienda, un granjero que le alquila una habitación, compañeros de trabajo, toda gente de bien. Y como cualquier hombre que busca su propósito, entiende que ese es un lugar que le abrió los brazos. Si nos extrapolamos a estos tiempos que corren, la saga The Equalizer tiene una búsqueda similar. Estamos frente a un hombre que sabe que tiene un poder y, por ende, una responsabilidad. Elige seguir por el camino de la empatía, y de a poco la cosa se va volviendo personal, porque comienzan a generarse lazos.
¿Y dónde está el conflicto? Sí, ya llegamos a eso. Está claro que “los malos” de la película no son un grupo de borrachos infames que toman una cerveza y quieren medir fuerzas dentro de un bar. No, el problema es mayor. El verdadero enemigo se llama Brad Wesley, interpretado por Ben Gazzara (Capone, The Big Lebowski, Dogville). El hombre tiene un pequeño ejército de esbirros, otros tipos malos genéricos donde hay uno en particular que es como su esbirro estrella, y será quien deje para el final su enfrentamiento con nuestro héroe. Durante la película, Dalton y algunos de sus colegas van a golpear sin miramiento alguno a estos minions que vuelven una y otra vez al mismo lugar, esperando solamente el mismo resultado. El problema con Brad Wesley es que, al ser el malo de la película, es un hombre sin escrúpulos que se ha adueñado del pueblo utilizando la fuerza, el miedo y las amenazas. De esta forma, puede cobrarle una pequeña cuota a cada local.
El pueblo, aunque reniega de esto, lo ha normalizado. Esto sirve como herramienta en la trama para posicionar a Patrick Swayze como héroe, ya que no sólo no le tiene miedo al enemigo de turno, sino que tiene intenciones de cambiar las cosas, porque todo resulta muy injusto. ¿Tiene derecho un hombre que recién llega a la ciudad a cambiar el eje de los malos hábitos que reinaban en el pueblo? La pregunta resuena porque, a diferencia del resto de los habitantes, él llega sin nada para perder. Al no tener nada más que su propia vida, no tiene ningún conflicto para hacerle frente al concepto del mal. El problema, como dije antes, es que comienza a encariñarse con la gente local. Comienza a formar lazos. Es un hombre que buscaba un propósito, y lo ha encontrado.
El anonimato y el desapego emocional hacen que un héroe pueda luchar sin miedo, sin limitaciones más que las propias, sin ataduras. Spider-Man no revela su identidad porque si los villanos se enteran que es Peter Parker, van a buscar herirlo sin atacarlo a él, sino atacando a sus seres queridos. Entonces, todo comienza a volverse más complejo. Pero acá es donde nace una nueva pregunta: ¿De qué sirve buscar un propósito si no vamos a sentir la satisfacción de encontrar un lugar, una persona, amigos, gente que se preocupa por uno? La solución, entonces, es cortar el árbol por sus raíces. La violencia genera más violencia, pero medidas extremas se necesitan para problemas extremos. En ese punto, nuestro querido Dalton acepta convertirse en el monstruo para evitar que el monstruo verdadero siga atacando.
Acá es cuando, finalmente, vemos ese propósito que el protagonista estaba buscando. Elige exponerse y perder todo lo que había logrado, en la búsqueda del bienestar de todos los que ahora le importan. Dalton abraza la frase “el hombre es el lobo del hombre”, algo que también hace Brad Wesley, pero cada uno de ellos está de un lado distinto de la moneda. Si se quiere, el individualismo del personaje de Patrick Swayze pasa por querer proteger a los suyos, mientras el individualismo del personaje de Ben Gazzara pasa estrictamente por ser rico y tener poder a costa de los demás. Ahí, es cuando uno como espectador toma una postura. El tema es que la película te vendió a ese personaje amable, carismático, tranquilo, fachero y esbelto que es Dalton. Es la representación del hombre perfecto de aquellos tiempos: culto, marcado sin parecer un edificio, sabio, y que puede acabar solo con sus manos con toda la formación de los All Blacks. ¿Dalton es un monstruo? ¿Está mal lo que hizo? ¿De qué me hablan? Como le dijo su mejor amigo Wade Garrett: “Y cuando un hombre pone un arma en tu cara, tú tienes dos opciones. Puedes morir o puedes matar al desgraciado”.
Wade Garrett está interpretado por el gran Sam Elliott (Evel Knievel, Tombstone, Ghost Rider), quien es un viejo y gran amigo de Dalton. Como dije, la película tiene su apego hacia la construcción de personaje y de relaciones, pero no le da el tiempo, entonces trata de dejar muchas cosas en claro sin contarlas. Una de ellas es la relación entre estos dos amigos, casi como si fueran padre e hijo. También aparece la bellísima Kelly Lynch (Cocktail, Curly Sue, Charlie’s Angels) interpretando a la doctora Elizabeth Clay, quien se convierte en el interés amoroso de nuestro protagonista. Su relación se construye rápidamente y no tiene muchos matices, aunque expone a ambos personajes para que puedan expresar su mirada sobre la vida, sus búsquedas personales y, de esa forma, agregar quizás uno de los apegos emocionales más fuertes de James Dalton.
Sí, muchos han criticado a esta película argumentando que las peleas no se sienten muy reales. Y siempre digo lo mismo: hay que ver ciertas cosas teniendo en cuenta la época en la que se hicieron. No todo tiene que ser John Wick, sobre todo si hablamos de una película que salió 25 años antes. Con ese mismo criterio, luego van a tildar como malos efectos especiales a los de, por ejemplo, The Day of the Triffids de 1963. O van a decir que un videojuego de los 80s es malo porque no tiene gráficos realistas. Sobre gustos no hay nada escrito, pero pensar que Road House es sólo una película que trata de peleas, sería el primer error. En mi caso particular, llevo esta película en el corazón porque soy un tipo de aquellos años felices, porque muchas veces vuelvo a ver estas películas que vi de chico y me doy cuenta que sigo manteniendo la misma mirada de cuando era un niño, pero desde los ojos de un hombre adulto. Y esto es algo que me permite seguir soñando y, más importante aún, me permite seguir sorprendiéndome de esos pequeños regalos que me sigue dando el séptimo arte.