Nosferatu

Es el primer lunes del 2025 y escribo la reseña de la película Nosferatu de Robert Eggers, al mismo tiempo que reescribo un cuento de vampiros que presenté como trabajo final en uno de los seminarios de mi maestría de escritura. En mi cuento, el vampiro es una versión de Lestat (sí, el mismo de Anne Rice), que escapó de París para terminar escondido en una hacienda en la Venezuela gomecista de principio de 1900, haciéndose pasar por un misterioso y guapo caudillo español. Para corregirlo, reviso El Fantasma de Canterville por sugerencia de mi profesor y al leer las descripciones de la mansión inglesa de finales del siglo XIX se me hace que necesito más de Oscar Wilde en mi vida. Además, me siento profundamente influenciada por una de mis recientes y amadas lecturas de fin de año, La mujer que escribió Frankenstein, una crónica literaria de la Europa de 1830 en la que Mary Shelly gestó la primera novela de ciencia ficción. Y ocurre la magia inmersiva: no es verano, no es 2025, no es el sur; es invierno azulado, es Alemania, es dos siglos atrás y tengo frio.

Versionar vampiros no es cosa sencilla. Es la criatura más reconfigurada de la ficción, reconfigurada hasta la vejación; ha sido vandalizada y humillada por la cultura de masas, desde que fue concebida en los relatos orales folclóricos de Europa del Este de la Edad Media. Por eso me esfuerzo para ingeniármelas y que mi vampiro inspirado en Lestat, no sea él, que sea yo, pero siendo él en esencia. Apropiármelo. Apropiación, diría mi profesor. Y pienso en que Robert Eggers y su película, su Nosferatu, no la tuvo fácil: se apropió de la que ya es una versión cinematográfica de Drácula, la novela de vampiros más popular de la historia del mundo. Se apropió y le entregó a una nueva generación una experiencia memorable.

Para empezar, Eggers, a diferencia de mí, no hizo al vampiro Orlok guapo, sino que, fiel al libro de Bram Stoker, lo hizo repulsivo y hasta le dio un bigote que desconcertó a los puristas y desató disertaciones bastante tontas. Pero no quiero detenerme en eso, porque prefiero hablar de la voz de Orlok.  De la voz y el frio. Bill Skarsgård, el actor, entrenó con un coach de ópera para ajustar su timbre y lograr una gravedad acorde al origen transilvano del personaje. Así, cada vez que Orlok enuncia palabra y arma oraciones en ese acento rumano, lento y profundo hasta la oscuridad, de erres bruscas y pausas de respiración infecciosa, la sangre se hiela como antes, como antes de Carmila de Sheridan Le Fanu y de The Vampyre de John William Polidori; como debió haber sido en esas aldeas rurales en la Europa del medioevo. Y como debió haber sido siempre, Eggers logra lo imposible: volver a temer. Temor a Orlok, y por temido… deseado. Ese raro deseo que explora el morbo dentro de los límites de lo incomprendido. Puro drama gótico.

Paralelo a eso, Lily Rose Depp como el objeto de deseo, Ellen Hutter, tampoco la tuvo fácil. Las contorciones, ojos en blanco y sacadas de lengua como manifestación de la posesión demoniaca pueden gustarte o darte risa; algo que no ocurrió con Eva Green, quien ya lo había hecho mucho más escalofriante y sensual, en la serie de terror gótico Penny Dreadful, otra ficción cuyo tema de fondo es el deseo, la obsesión y la muerte. ¡Al personaje lo rescata el guion! El personaje está atravesado por la “melancolía”, término que en esa época era utilizado para describir algo parecido a la depresión clínica, pero que también se asociaba al genio creativo, a la profundidad intelectual. Ellen sufría de melancolía, era una incomprendida por su personalidad artística e intensa; hambrienta de algo innombrable. Apetito lo llamó Orlok, en medio del diálogo que me sacó una lágrima sin darme cuenta. “No soy más que un apetito”, se lamenta en rumano el cuerpo decadente.

Otra review con vampiros en una película donde la presa se convierte en cazadora: Abigail (2024)

El manejo de la atmósfera es espectacular: hay frames que podrían ser pinturas del romanticismo de mediados de siglo XVIII. La insistente aparición de flores -ramas verduzcas con pequeños brotes violeta o blanco- asociadas a la feminidad de Hellen, pero también como augurio de la muerte es un detalle que denota un fino hilado cinematográfico.

Por otro lado, tengo que decir que le sacaría escenas a William Defoe y Aaron Taylor Johnson, que, representando a esa sociedad que debería funcionar como antagonista por sus costumbres puritanas contra el trasfondo erótico de la trama, terminan diluyéndola con actuaciones caricaturescas y aburridas. Pero en general, este es solo un detalle.

Otra review que nos muestra vampiros clásicos pero en un tono más MTV, acorde a los tiempos que corren: Day Shift (2022)

Para mí, lo importante es que Nosferatu de Robert Eggers es un lugar para los que no entienden lo que sienten cuando lo sienten, es una auténtica experiencia gótica que mientras entretiene nuevas audiencias, consuela a los suyos. Es como ese libro que pone imágenes terroríficas en tu cabeza, pero que no quieres olvidar, porque son de una belleza inesperada.  

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