Mars Express (2023)

Nunca fui de aquellos que glorificaban el cine francés solo para parecer distinto. De hecho, nunca fui de glorificar nada por su lugar de concepción, por la mera concepción de su dirección o, incluso, por quién es o deja de ser su protagonista. Las películas me gustan o no me gustan por motivos meramente cinematográficos. La cité des enfants perdus (1995) me había volado la cabeza en su momento por su estilo visual, y me acoplé a la carrera de sus dos directores, Marc Caro (Delicatessen) y Jean-Pierre Jeunet (Delicatessen, Alien Resurrection, Le fabuleux destin d’Amélie Poulain). Esa fue mi entrada hacia el cine francés, aunque luego me quedé por el nuevo extremismo francés (Haute tension, Frontière(s), À l’intérieur, Martyrs, etc) y todos sus directores. Pero fue recién en 2003 que conocí el poderío de la animación francesa gracias a una hermosísima película llamada Les triplettes de Belleville (Sylvain Chomet). De ahí, mi enorme sorpresa al ver Mars Express (Jérémie Périn, 2023).
Para empezar, quiero delimitar muchos comentarios que he leído sobre la película. Sí, es verdad que Mars Express, frente a un análisis de sus formas, tiene algo de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), e incluso de Ghost in the Shell (Mamoru Oshii, 1995), pero no por eso carece de originalidad. Una cosa es contar una historia que reposa sobre tópicos ya abordados, y otra cosa es copiar. The Matrix es, sin duda alguna, una película que revolucionó al cine desde varias aristas. Es correcto decir, a mi entender, que hay mucha inspiración en el uso de las cámaras al estilo John Woo; en el formato de la historia, algo muy clásico de Philip K. Dick; las referencias a Alicia en el País de las Maravillas, a la Biblia e incluso a Neuromante, de William Gibson. Todo esto potencia lo que hicieron las Wachowski, pero no hace que la película de Neo y compañía sea una copia. Con Mars Express pasa lo mismo: la película tiene su propia identidad.
Porque si hay algo que tienen en claro tanto su director Jérémie Périn como su guionista Laurent Sarfati, es que una cosa es la historia que tenés entre manos, y otra muy distinta es la forma en la que contás esa historia. Por eso mismo, lo que hace que esta película destaque no es solo su inspiración, sino su ejecución. Estamos frente a un mundo densamente construido, personajes complejos y una exploración filosófica sobre la Inteligencia Artificial que se siente hasta provocadora. En el siglo 23, Mars Express nos presenta una sociedad donde humanos y androides coexisten bajo una jerarquía desigual. Mientras que la tecnología ha permitido la expansión de la humanidad más allá de la Tierra, las injusticias económicas y la explotación siguen siendo moneda corriente, como si nada hubiera cambiado. Los robots, aunque agraciados de una inteligencia avanzada, están atrapados en una relación de servidumbre y esclavitud frente al humano, un eco directo de los dilemas que ya se planteaban en las historias de Isaac Asimov.
La protagonista de esta historia es Aline Ruby, una detective privada que aparece casi sombría y desalmada, curtida por la vida. Junto a ella encontramos a Carlos Rivera, un androide cuya conciencia pertenece a un soldado muerto con un pasado del que reniega. Como si fuese un ida y vuelta clásico del cine noir, la relación entre ellos dos es de lo más potente de la película, ya que el más humano de los dos no es precisamente quien tiene carne y hueso. Esto recuerda a la llamativa relación entre Batman y Superman, que comenté en alguna reseña reciente, donde el que no es humano tiene sentimientos más arraigados a la Tierra que aquel que ha nacido y crecido en Ciudad Gótica. Como decía, la relación entre Aline y Carlos es el corazón de la película, funcionando no solo como una herramienta narrativa para explorar el propio universo de la película, sino también como un comentario sobre la identidad y la memoria. Los personajes tienen una profundidad que pocas películas de este estilo suelen regalar, y ahí nos damos cuenta que no por nada se la relaciona tanto con Blade Runner o Ghost in the Shell.
Queda claro, con lo expuesto hasta el momento y todas las referencias, que estamos frente a una película de ciencia ficción pura y dura, pero hay una construcción detrás que comienza a tomar forma desde los primeros minutos. Y es que la película le da forma a un thriller en torno a un asesinato que, como es tradición en el noir, se convierte en la punta del iceberg de una conspiración mayor. Así como en Twin Peaks nos encontrábamos con mucho más detrás del asesinato de Laura Palmer, en Mars Express el enigma central no es solo quién mató a la estudiante Jun Chow, sino qué está en juego todo un sistema donde las líneas entre lo orgánico y lo artificial se desdibujan. El eje y la mirada de la narrativa de esta película nos obliga, casi sin darnos cuenta, a hacernos algunas preguntas: ¿los androides deben cumplir reglas que los humanos? ¿El libre albedrío es parte de la consciencia del humano o es algo que se puede programar? ¿Tienen derechos los robots?
Y si hay algo que caracteriza a la narrativa de esta película, es que no hay respuestas simples. Su dinámica es lenta, contemplativa, y así va construyendo cada pregunta, que terminan siendo muy complejas de analizar. Y es que, en realidad, no existe para arrojar respuestas, sino para generar preguntas que quedarán, quizás, sin respuesta alguna. No hay una moraleja explícita, ni un mensaje lleno de esperanza o, por el contrario, desolador. La realidad que construye la propia historia impacta porque, justamente, todo se siente real y en este universo, no hay sueños para realizar ni tesoros en el final del arcoíris. La vida es injusta para vos, para mí, para la gran mayoría de los seres humanos. La corrupción sigue existiendo, la violencia es parte de nuestro mundo, las pérdidas son reales. Mars Express añade una capa más en la ambigüedad moral del universo con maestría. Es verdad que existen algunos momentos donde la historia puede sentirse compleja y confusa, pero esta densidad (como dije antes) es parte de su atractivo.
Así como Les triplettes de Belleville es magistralmente presa de su época, con diseños estilizados y exagerados, y una bellísima animación a mano que realza ese pequeño sesgo rústico -aunque imperceptible- en la imperfección de sus trazos, Mars Express es un deleite de la modernidad digital. Empaquetados en una atmósfera retrofuturista, la elección de los diseños recuerdan mucho a la visión del futuro que existía allá por los años 90, y mezcla a la perfección la animación tradicional con los fondos en 3D, así como también en muchos de sus personajes (sobre todo los androides y los robots). Este amalgama de estilos se siente natural y le da una personalidad única a la película. Además, la fluidez en las escenas de acción y la expresividad de los personajes (algo vital para la narrativa) compensan cualquier limitación de presupuesto, demostrando que no se necesita una producción multimillonaria para crear una obra visualmente impactante, algo que dejó muy en claro para las grandes masas la reciente ganadora del Oscar, Flow (Gints Zilbalodis, 2024).
Lejos de querer sonar snob o elitista, creo que Mars Express no es una película fácil ni convencional. Tiene un ritmo que puede sentirse irregular para quienes estén acostumbrados al edulcorante del cine más tradicional. Y, como si fuese poco, su historia puede sentirse densa por lo contemplativo de su narración, que constantemente propone reflexionar. Estos mismos elementos que menciono son los que, sin duda, la convierten en una experiencia cinematográfica absorbente y gratificante para quienes disfrutan de la ciencia ficción con sustancia. Conceptualmente, y desde su impronta filosófica y debate moral, está mucho más cerca de Gattaca (Andrew Niccol, 1997) o Ex Machina (Alex Garland, 2014) que de A.I. Artificial Intelligence (Steven Spielberg, 2001) o I, Robot (Alex Proyas, 2004). De nuevo, su propuesta es muchísimo más impactante desde la exploración profunda del alma, la existencia y los difusos límites entre los humanos y las máquinas, que por hacer alarde de la tecnología, sus avances y sus propósitos.