Longlegs (2024)

La cinematografía tiene un poder latente que, al parecer, el director Osgood Perkins (February, I Am the Pretty Thing That Lives in the House, Gretel & Hansel) conoce sobremanera. La importancia de lo audiovisual como eje catódico de lo comunicacional tiene sus bases, su reglas. Cada director puede utilizar esos recursos según sus necesidades y límites, pero hay algunos pocos que saben interpretar el mensaje y atravesar de una forma grandilocuente la delgada línea que separa al metraje de sus espectadores. En ese aspecto, Longlegs (2024) es un continuo exponente de las formas cinematográficas, que desde lo visual, bebe de estilos como el giallo e incluso del nuevo extremismo francés para generar sus intenciones. Quizás “apatía” sería una palabra con la que podría describir el sentimiento que respira esta película, pero no con tintes negativos: es la búsqueda constante por generar opuestos. Sentimientos opuestos, caminos opuestos, climas opuestos. Incluso personajes opuestos. Sin perder el foco de que, a veces, los límites confluyen en un mismo lugar.
Hay un gusto delicado y refinado por la utilización de los planos y los encuadres para generar opresión o resignificar las emociones de los personajes, así como también de los diferentes hechos y sucesos. La fotografía, que se construye desde la otra vereda de los grandes contrastes y colores chillones, deja entrever ciertas inspiraciones conceptuales del slasher más clásico, aquel que John Carpenter supo posicionar con Halloween. Todo esto, abraza cierta morbosidad que resuena al clásico Seven (David Fincher, 1996), pero sin sentirse una copia. Osgood Perkins tiene sumo respeto por el cine y sus entramados, y en esta cinta lo demuestra con maestría. Tanto es así, que por momentos evoca ciertas cualidades de la mirada que Stanley Kubrick tenía para plasmar horizontalidad, verticalidad, puntos de fuga, perspectiva, orden y geometría. El caos ordenado, que representa la frialdad de todo lo que experimentamos.
Vale aclarar, que no estoy comparando a Perkins con los otros directores mencionados. Solo digo que, en su trabajo, se nota que hay algo pensado, meticuloso. Todo tiene un porqué desde lo técnico, lo estético y gran parte de lo narrativo. Esta mirada tan particular que logra el director en Longlegs genera una incomodidad constante. En cada plano, en cada espacio, la tensión te obliga a observar aquellos lugares donde no está puesto el foco. Es como sentir que en cada encuadre se puede esconder algo significativo, algo que nos dé información sobre la historia, sobre todo lo que está pasando. Como decía antes, la narrativa es tan críptica (aspecto en el que ahondaré al final) que llega a reflejarse de forma inteligente en Maika Monroe (The Guest, It Follows, Watcher), que todo el tiempo lleva una postura que roza los límites de la resistencia psicológica y emocional, algo que la acerca más a un androide por momentos que a un ser humano, y expone a una persona con aparentes complejos para socializar. En contraparte, quizás esta característica sea motivo por el cual ella es completamente eficaz en su trabajo pero, de nuevo, su rigidez palpable como foco de la construcción del personaje ayuda a generar los climas pretendidos -nuevamente- por el director.
Desde el impacto visual y lo comunicacional, la película es soberbia. Todo lo que transmite y lo que genera como experiencia audiovisual conlleva un trabajo muy fino, como piezas de un rompecabezas que se unen poco a poco. La historia es oscura y bastante intrigante, como resultado de una buena narrativa que sabe aunar todos los apartados que componen a una película, al menos desde las apariencias y si lo vemos desde un plano general. Sin embargo, nobleza obliga, hay uno o dos pequeños detalles que la trama entrega en su proceso que revelan, de alguna forma, el giro de tuerca final. Lo críptico, entonces, se convierte en un elemento tangible que resuena a través del metraje. El primer acto es sólido y con una dinámica intensa, donde se establece el cómo y el por qué. El segundo acto es mucho más contemplativo, con un hilo conductor que se construye a fuego lento. El tercer acto, eleva la vara de ese ritmo marcado y cauteloso que había encaminado a la historia, y si bien resulta realmente perturbador, no logra tener ese vestigio de sorpresa tan pretendido desde el comienzo.
Por eso me atrevo a remarcar algunos detalles que terminan siendo producto de una mirada mucho más pragmática, sin dejarme llevar por completo por las luces de colores detrás de aquello que nos quieren vender. Como dije, la película goza de una buena narrativa y un guión que resulta por demás interesante, sobre todo para los estándares del terror de hoy en día. El problema, es que todo ese entramado se termina sintiendo arbitrario muchas veces. Es como ver sólo los resultados de una ecuación matemática sin llegar a ver el proceso para resolverla. Hay una pretensión argumental que se siente traicionada, quizás, por las ansias de crear un guión inteligente, algo muy común en el denominado “terror elevado”.
De la misma forma, aparece el personaje de Nicolas Cage. Un personaje bien construido, pero que no termina de sorprender. Es algo que ya vimos, es una mezcla entre el Cage de Dream Scenario, el Cage de Renfield, el Cage de Mandy, pero con un toque del Joker de Heath Ledger, un poco del Frank Booth de Dennis Hopper en Blue Velvet (1986), y algo de Anton Chigurh, interpretado por Javier Bardem en No Country for Old Men. No digo que no de resultado, solo digo que entre ese factor sorpresa carente, y el poco tiempo en pantalla, no termina luciendo lo que quizás debería haber lucido. Además, se genera una dualidad bastante bipolar, donde terminé sintiendo que si sacabamos al personaje de Cage y ponemos a otro villano con otra construcción, el resultado global de la película sería el mismo. Completamente el mismo. Porque a diferencia de Mandy, por ejemplo, lo que imprime el actor en su personaje no es, ni cerca, lo primordial de la historia.
Dicho esto, no hay dudas de que Longlegs es una gran exponente del terror moderno. Una película que sabe generar todos los climas necesarios para incomodar constantemente al espectador. Es coherente en su construcción e intencionalidad, aunque no se escapa de algunos componentes arbitrarios. Tiene una cinematografía que termina siendo el verdadero protagonista, un trabajo detrás de cámara minucioso y actuaciones convincentes. Y si bien todo esto que menciono construye el tono de la misma, en lo personal creo que algunos detalles logran romper con esta ilusión: el hype quema neuronas. No hablo de algo negativo precisamente, con todo el peso que tiene esa palabra, pero sí siento que estamos frente a diferentes detalles que logran resquebrajar, mínimamente, el aura de una historia que entremezcla temas tan oscuros. Algunas pequeñas decisiones las sentí innecesarias, fuera de eje. Longlegs es una bocanada de aire fresco entre tanta película sin alma, pero a mi gusto y entender, no es la película que nos quisieron -y quieren- vender.