La mesita del comedor (2023)

Quizás no soy material de festivales. Y no lo digo literal, porque sé y entiendo que no todos los festivales son iguales. Tomo la palabra “festivales” desde ese preconcepto más snob y elitista, que presupone que en los festivales se expone cierto tipo de cine que no es “para todo el mundo”. Y más allá de los asistentes a dichos festivales, lo que termina germinando es su contenido. Películas que, quizás, tienen una búsqueda diferente a lo que solemos entender como “mainstream” y, por ese mismo motivo, nunca llegan a las salas de cine de las grandes cadenas. Creo que se cae de maduro, en este punto, que La mesita del comedor es una de esas películas.
Pero claro, con el párrafo anterior, literalmente, no dije nada. Quien lo lea sin conocer el mundo de los festivales y el snobismo que lo rodea, no va a entender de qué hablo. Quizás no haya una definición absoluta y contundente, sino que tiene que ver más con el alma de la película. Es el “querer ser” por sobre “lo que realmente soy”. Un atisbo de “soberbia cinematográfica” para una película que pretende ser mucho más de lo que termina siendo porque, en pocas palabras, La mesita del comedor no cuenta nada, pero se presenta como si lo fuese a contar todo.
Más allá del gusto personal, directores como Lars Von Trier o Gaspar Noé son controversiales en sus búsquedas. Sus películas, al menos en su gran mayoría, atraviesan temáticas que, justamente, buscan provocar al espectador de alguna forma, mientras que las diferentes historias y la construcción de los personajes son quienes terminan de atraparnos y transportarnos a ese mundo.
Hay un mensaje, una búsqueda, un eje disparador y la resolución de los planteos es la que nos impacta de alguna u otra forma. Caye Casas, con La mesita del comedor, solo busca molestar, como si su película fuese parte de un capricho adolescente. Es como ponerse un piercing para parecer rebelde y molestar a nuestros padres, como fumar en los baños del colegio para desafiar a las autoridades del mismo, o beber alcohol para parecer adultos frente a la mirada ajena.
Muchos podrán decir que, aun con estos reparos, la película tiene una búsqueda. El problema es que solo busca ser chocante, y cree que con eso es suficiente. Aun si dejamos pasar el hecho que le da vida a la película (a mi parecer, completamente tirado de los pelos y poco creíble), no hay nada más por contar. Es eso, y por su propio peso, no tiene otra forma de seguir, no tiene otra forma de avanzar.
Es un planteo completamente situacional que si no incluye a otros personajes secundarios, tendría menos sentido del que tiene. Directamente no habría historia por contar. Es material de cortometraje estirado sin ningún hilo narrativo de peso que lo pueda sostener.
Y creo que justamente ahí está el problema. En los primeros 10 minutos de metraje, se nos presentan a los personajes más relevantes, ocurre el hecho que cambia el eje de sus vidas, y el resto de la película se toma el trabajo de estirar una situación insostenible, sin sorpresas, sin otra resolución aparente. Literalmente, no hay nada más para contar. Pero el director apela quizás a la incomodidad, al golpe bajo, al morbo. Todas ideas de alguien que pretende ser más controversial por el impacto que por el contenido real de su película. Hereditary, por ejemplo, tiene un momento que resulta chocante y lo utiliza como quiebre en el ritmo, como impacto momentáneo que resulta disparador de todo lo que viene después. En La mesita del comedor, después no hay nada.
Como dije en un principio, quizás no soy material de festivales. Esta película española dirigida por Caye Casas y escrita en conjunto con Cristina Borobia, en lo que supone el primer largometraje para ambos, no es para mí. Puedo esbozar, como ya lo hice, los motivos que a mí no me convencieron, pero lejos estoy de afirmar si se trata de un buen o un mal exponente. Creo con total sinceridad que, simplemente, no es una película para mí. Es de esos exponentes que se aman o se odian, sin término medio, porque te guste o no su planteo, no pasa desapercibida.
A diferencia de otras veces donde suelo ser mucho más contundente con mis análisis, en este caso no terminé de comulgar con la propuesta. No es terror aunque se venda como tal, pero al mismo tiempo, es difícil de catalogarla. Es como un mal chiste que no te causa gracia pero en algún punto te genera rechazo por el mal gusto y el mal timing.