Grotesquerie – Primera Temporada (2024)

Soy fan de Ryan Murphy. Como director, escritor y productor prolífico, paso de largo de sus series más pop como Glee y Pose, y me detengo en sus contribuciones al suspenso y terror, desde las American Horror Stories y hasta las recientes Monster sobre los asesinatos de Jeffrey Dahmer y los hermanos Menéndez -tramas enfocadas en la violencia, la perversión y la muerte- las que me han regalado momentos de entretenimiento vertiginoso, estimulante como ningún otro. Y su última serie, el thriller psicológico Grotesquerie, se suma a esa larga lista de ficciones que no decepcionan.
Cuenta la historia de la detective Lois Tryon (Niecy Nash, Monster: The Jeffrey Dahmer Story), una alcohólica cansada de lidiar con lo peor de la humanidad, y que ahora debe resolver la serie de asesinatos más crueles de su carrera, en un pueblo sin alma donde pareciera que el tiempo se detiene a ratos. A la detective Tryon la ayuda Sister Megan (Micaela Diamond, The Gilded Age), una monja que escribe para el periódico de la iglesia local y que es editado por el modernísimo sacerdote Father Charlie (Nicholas Alexander Chavez, Monster: The Lyle and EriK Menendez Story), que usa botas de vaquero rojas y se excita con el dolor cuando se flagela durante el acto penitente. La detective tiene una hija, una joven con obesidad mórbida que solo desea entrar a un reality show de personas con sobrepeso para ser famosa. Además, como si tuviera pocos problemas, Tryon tiene un esposo internado en un hospital en coma quien, a su vez, está al cuidado de una enfermera que es su amante.
En medio de todo este rompecabezas, que parece medio jalado de los pelos, está lo más consistente, el eje: las escenas de crímenes elaboradas por un asesino que se hace llamar Grotesquerie. Montajes dramáticos de vísceras y de más partes humanas, que describen pasajes de la biblia católica y que recuerdan los 7 pecados capitales en Seven y el barroquismo del Hannibal Lecter de Mads Mikkelsen en la serie del 2015, son los que van deteriorando la razón de Tyron de a poco. Maravilloso.
Pero en Grotesquerie la verosimilitud de la historia es demasiado elástica y en algún punto se estira tanto que los crímenes empiezan a perder potencia ante otras preguntas más interesantes sobre la realidad, la locura o el catolicismo. En ese sentido, como alguien que creció como practicante de la religión, se me hizo poco creíble una monja que expresara constante y públicamente sus morbos; además de lo predecible de la forma en la que se relaciona con su editor/sacerdote. Pero nada de eso me molestó, nadie es más morboso que un católico y, ciertamente, Father Charlie no deja nada a la imaginación. Bendito sea.
Asimismo, con todas estas idas y venidas extravagantes y melodramáticas, cuando piensas que es demasiado y que todo se salió de las manos, todo cobra sentido. Sobre todo, si le prestas atención a lo estético de su fotografía que prevalece por encima de todas las cosas, como el mismo Dios: días amarillos sin sol, noches de un sepia cansado, constantes siluetas en contraluz, sumado a un fondo de música de tocadiscos con canciones viejas y frases que se repiten en el vacío, todo se une y crea una realidad de ensueño que hipnotiza, que seduce sin preguntar.
De esta forma Ryan Murphy con Grotesquerie estimula y colma todos los sentidos, logrando, para bien o para mal, lo que la televisión, la caja boba, la pantalla chica tiene como objetivo absoluto: disolver la realidad lo que dura cada capítulo. Solo hay que tener un poco de fe.