Bring Her Back (2025)

Si nos ponemos a pensar, cada género tiene su complejidad. Cada género tiene sus grandes exponentes, y tiene directores fundacionales y formas narrativas clásicas que sirvieron de inspiración a través de los tiempos. Siempre salen cosas nuevas, directores que saben encontrarle la vuelta al género, que incluso tomando cosas de otros directores, o basándose en narrativas clásicas, encuentran la forma de sorprender. Si tomamos el género de acción, por ejemplo, me atrevo a decir que en los últimos largos años, John Wick fue de las pocas películas que supieron diferenciarse realmente. La primera entrega de la saga protagonizada por Keanu Reeves fue un antes y un después en el género. Su premisa, la de un hombre cegado por la venganza, no es algo nuevo. El denominado “cine pro-Reagan” tenía una misma búsqueda: el enemigo se mete con uno de los míos, yo me meto con vos, cueste lo que cueste. Ejemplos así hay de sobra, pero Chad Stahelski con John Wick logró ir más allá de la fórmula. Dicho esto, Bring Her Back (2025) podría cumplir esta premisa también, pero va mucho más allá.
Y es que, para serle sinceros, Bring Her Back no tiene contra qué compararse, ni lo busca, ni lo necesita. No hay una inspiración evidente, no hay homenaje, es una película que planta sus propias bases. Y es que al hablar de esta película de los hermanos Philippou, muchos mencionan Speak No Evil (Christian Tafdrup, 2022), pero sería solo abarcar una de las tantas aristas que tiene esta película. Entiendo que es una aproximación, porque hablar de Bring Her Back se hace difícil si no queremos caer en el spoiler. Pero esa simple comparación resulta incompleta. ¿Acertada? Por supuesto, pero incompleta. Es como querer explicar el sabor de una ensalada Cobb y de sus más de diez ingredientes y condimentos, pero solo hacer foco en uno, si me permiten la metáfora.
Y quiero ahondar en la premisa de la que hablaba antes. A grandes rasgos, podríamos decir que sin Kimba, el león blanco (1965–1967) no tendríamos The Lion King (1994). Sin Point Break (Kathryn Bigelow, 1991) no tendríamos The Fast and the Furious (Rob Cohen, 2001). Sin Perfect Blue (Satoshi Kon, 1997) no tendríamos Black Swan (Darren Aronofsky, 2010). Sin No Strings Attached (2001) quizás no existiría Friends with Benefits (2011). Y así puedo seguir un rato largo, pero creo que ya se entiende el punto. ¿Por qué expongo todas estas comparativas? Justamente para argumentar que Bring Her Back no tiene un punto de inspiración, no tiene contra qué compararse, no tiene una musa inspiradora. Bring Her Back es única en su estilo, en su búsqueda, en su cinematografía. Si Talk to Me (2022) fue un gran exponente del cine de terror moderno, Bring Her Back alcanza un pico no solo para el terror, sino para la forma en la que hoy en día se piensa el cine. Trasciende.
Ahondar mucho en esta producción es quizás romper la constante sorpresa que resulta la película. No suelo hablar demasiado de las historias o las tramas de las películas que analizo, salvo que sea completamente necesario. Pero puedo meterme de lleno en la experiencia audiovisual que los hermanos Danny Philippou y Michael Philippou nos regalan. Vale recordar, para eso, que ellos vienen del mundo de YouTube, algo que -a mí entender- tiene mucho que ver con el éxito de sus dos películas. ¿Por qué? Simple: el código cinematográfico que tienen no está preso de los estilos y las formas cinematográficas clásicas o más tradicionales. Obviamente conocen de cinematografía, no voy a eso, pero me remito puntualmente a las ataduras. O mejor dicho, a las no-ataduras. Ellos entienden muy bien los tiempos de la plataforma que los vio nacer. Hay otras dinámicas, otras formas, y así como hace poco dije que Sinners (2025) era una película de autor, lo mismo digo con Bring Her Back. Los hermanos hacen y deshacen a su antojo, te llevan de un lugar a otro sin previo aviso y entienden el terror de otra forma.
Si -justamente- buscamos la definición de terror, nos vamos a dar cuenta de que este término no es sinónimo de “asustarse”, sino que la intensión es mucho más amplia. Y los hermanos Philippou lo saben y lo explotan. Terror es también asco, repulsión, tensión, rechazo y, entre otras cosas, miedo. El miedo puede ser sugerido, latente, tácito, explícito. El miedo a lo desconocido, el miedo al peligro, el miedo a la muerte, el miedo a la soledad. Bring Her Back se siente como si hundiera ambas manos en tu cuerpo, y retorciera todo lo que tenemos adentro. La incomodidad es palpable, se siente desde el primer momento al último, en cada plano. Hay un vestigio insoportable de no saber qué está pasando en los dos primeros actos, para culminar de una forma monstruosamente impactante. Porque como dije, los directores no se limitan al miedo, a la tensión, sino que también pegan duro en lo emocional. Crean personajes con los que podemos empatizar, y nos retuercen -nuevamente- la psiquis de una forma que deja huella.
El miedo, puntualmente, no llega en forma de susto barato. Se cocina a fuego lento, da asco, da temor, juega con los nervios de formas muy sutiles pero impactantes. No es como A Serbian Film (2010) que impacta para llamar la atención y sentirte arte porque no tiene nada para decir y solo se convierte en la excusa de una mirada caprichosa. Lo de Bring Her Back es más parecido a ese hermoso movimiento que se supo llamar “el nuevo extremismo francés” y, puntualmente, a una impecable película llamada Martyrs (Pascal Laugier, 2008), porque el impacto tiene una razón de ser. No aparece como excusa, ni como simple artilugio para contagiar algo en el espectador: es una necesidad narrativa, es una consecuencia emocional, por eso mismo se siente parte del todo. No se abusan de estos recursos, sino que saben cómo y cuándo plantarlos. Como dije antes, y perdón que me repita, es la sutilidad con la que lo hacen.
Hilando más fino aún, la pérdida y el duelo (en su consecuente conjunto) es uno de los grandes tópicos de la película. De nuevo, sin ahondar en ello, la mejor forma de explicarlo podría ser compararlo con un veneno. Los hermanos Philippou crean un ambiente y un clima constante que va calando fino en la piel, te va carcomiendo de a poco. Todo el tiempo hay un sentimiento de incomodidad que te hiela la sangre, te persigue. La fotografía, el sonido, la cinematografía, incluso ciertos encuadres se hacen incómodos. Te expone a una situación que se siente densa, siendo amplia y encasillada al mismo tiempo en su concepto, y en esa dicotomía juega constantemente. Si bien en un principio cuesta dilucidar el objetivo de todo lo que ocurre, cuando rompe el factor sorpresa todo está ahí, tan claro como el agua. Y aún así, la construcción narrativa brilla por la forma en la que se muestran las cosas. La película nunca sugiere, es tácita a más no poder, y no por eso pierde impacto. Sin embargo, sabe crear un mundo alrededor, un mundo que no se muestra pero está ahí, y del que más adelante hablaré.
Las actuaciones acompañan muy bien. Todos los personajes encajan, a todos le crees lo que tienen para decir. Todos están bien desarrollados, tienen motivos e intenciones claras y alrededor de eso se construye de a poco la historia. Pero Sally Hawkins (The Shape of Water, Godzilla, Paddington) hace algo rarísimo: construye una villana que da miedo y, al mismo tiempo, pena. Pero lo construyen de una forma tan inteligente que la premisa nunca cae en la intención de justificar sus acciones, sino simplemente exponerlas y que uno, como espectador, haga lo que le salga de su corazón. Es información sin intención alguna, pero que te pone a tono. Y sinceramente, eso la vuelve todavía más aterradora. Porque su poder y su cometido no viene desde lo sobrenatural, sino desde lo cotidiano, desde el amor más intenso, desde la carencia completa de cualquier tipo de cordura. Es una mezcla entre la locura de Annie Wilkes (Kathy Bates, Misery), la crudeza de Asami Yamakazi (Eihi Shiina, Audition), la semblanza de Lenore Busker (Aubrey Plaza, Legión), y la determinación de Pamela Voorhees (Betsy Palmer, Friday the 13th). Aún en mi esfuerzo por definirla, no es algo que ni de cerca podamos imaginar. Es algo que, tal como dije antes, termina siendo un veneno que se nos mete en la carne y nos carcome por dentro.
La película tiene un montón de simbología, de cuestiones rituales, pero no se centra en ello. Te muestra que está, que todo sale de ahí, pero no le da demasiada importancia, solo la necesaria para que el todo lo podamos construir en nuestra cabeza. Y es que en ese aspecto, lo realmente brillante de Bring Her Back es que no pierde el foco en ningún momento. No se dispersa en subtramas innecesarias ni pierde tiempo con misterios innecesarios. Va directo al grano, y cuenta lo que quiere contar, tal como lo quiere contar. En ese aspecto, se nota a rajatabla la impronta de los Philippou. Tienen esa soltura totalmente fresca que ya mostraron en Talk to Me, pero desde otra mirada, una quizás mucho más personal. Más íntima. Porque si bien podemos esgrimir la tesitura de que algo sobrenatural hay en esta película, no es desde ese lugar que se genera el terror. Lo hacen desde el dolor, desde la pérdida, desde la construcción de una nueva relación, desde lo dificultoso de la confianza, desde romper el hilo de una conexión que va más allá de lo que se puede explicar.
Y no soy ajeno a mis palabras. Sé que sin haber visto la película, leer este último párrafo puede sonar a esa fórmula casi impoluta que le dio forma al “terror elevado” (definición que detesto, dicho sea de paso) y lo que A24 siempre suele conjugar en sus propuestas: drama y terror. Bring Her Back no tiene nada de dramático, aunque sus personajes estén movilizados por emociones que sí corresponden a ese género. Bring Her Back utiliza la respuesta directa del drama para ahogarse textualmente en sus consecuencias. Por ejemplo, películas como Saint Maud (Rose Glass, 2019), Relic (Natalie Erika James, 2020) o -saliendo un poco del terror elevado- The Taking of Deborah Logan (Adam Robitel, 2014) son películas que se estructuran sobre una enfermedad, el drama que genera el deterioro del paso del tiempo, y una vuelta de tuerca que lleva todo ese drama hacia un plano sobrenatural. Bring Her Back no necesita hacer eso. Como dije antes, luego de un pequeño tentempié, expone de forma contundente la idea central de la película, y no da vueltas. El eje no está en lo que va a pasar, sino en lo que está pasando y su propia resolución.
El terror tiene un nuevo apellido entre sus líneas, y no me tiembla el pulso al afirmar que voy a seguir atento a todo lo que propongan los hermanos Philippou. Bring Her Back es dura, cruel, feroz, valiente. No tiene miedo de mostrar situaciones incómodas ni de romper al espectador. No busca ser una película para todo el mundo. Por el contrario, termina siendo una bajada larga y sinuosa hacia un lugar oscuro del que, definitivamente, no vamos a salir tal cual entramos. Siempre digo que me gusta analizar las películas desde lo que me dejan, desde la experiencia que proponen, y Bring Her Back es eso, una experiencia audiovisual completa. Porque no solo revuelve nuestro cerebro con lo que muestra, sino también con lo que no. Con lo que queda fuera del plano, con lo que insinúa. Con todo eso que los directores saben que no necesitamos ver para disfrutarla, pero aún así, también saben que dejar esas migas de pan funciona como una pequeña espina que queda clavada en nuestro inconsciente, formulando teorías sobre todo el mundo que rodea a la película.
Bring Her Back es sensorial y, al mismo tiempo, extrasensorial. Talk to Me no fue un golpe de suerte. Talk to Me fue la forma en que los hermanos Philippou patearon la puerta de una industria destruida por sus propia voracidad demostrando que el cine de terror es mucho más que jumpscares y vueltas de tuerca, mucho más que zombies, exorcismos o pandemias. Mucho más que asesinos seriales repetitivos, monstruos sin gracia, precuelas, secuelas, remakes o recuelas. À l’intérieur (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007) cambiaron el eje de los “home invasion”. Let the Right One In (Tomas Alfredson, 2008) le dio otra impronta al cine de vampiros. Ari Aster, Jordan Peele, James Wan, Robert Eggers o Jaume Balagueró (entre muchos otros), son directores que a fuerza de pulmón, moldearon al género con propuestas diferentes, creando un camino sólido para que el terror siga teniendo vigencia. Danny Philippou y Michael Philippou construyen su propio camino. Rompen con el molde de lo coloquial, de lo conocido, de lo seguro. Son los Peter Fonda y Dennis Hopper de Easy Rider (1969); son los Todd Anderson de Dead Poets Society (1989), son el elenco principal de The Outsiders (1983), son los James Dean de Hollywood. Y Bring Her Back, sin duda, es la mejor película de terror del año hasta el momento.