Boy Kills World

Cada tanto sale alguna película que toma lo irreverente como eje primordial de su construcción. Películas que entienden bien su búsqueda, por más que no estén atadas a estructuras clásicas. Exponentes que reposan mucho sobre su edición, su dinámica y su ritmo. Boss Level (2020) con Frank Grillo y Mel Gibson es un buen ejemplo. Prisoners of the Ghostland (2021) con Nicolas Cage, también bebe de la misma impronta, aunque tenga una velocidad más calma. Son visualmente disruptivas, con una narrativa ágil que te lleva de un punto a otro sin pensar. Películas hechas para disfrutar y no tanto para poner a trabajar nuestra mente. Boy Kills World sigue por ese camino y le gusta abrazar todo lo que ya conocemos sin vergüenza, en pos de crear divertimento puro y duro.

Para lograr su cometido, Boy Kills World lleva todo al extremo. Los personajes son forzados hasta sus límites, para crear personalidad bien exageradas y que funcionen con el resto de la propuesta. Las escenas de acción son de carácter épico, muy bien filmadas pero con un abuso consciente de la violencia, el gore y los VFX. Todo tiene que ser caos, ruido visual. Es parte de su estética, de la forma que tiene para contar lo que quiere contar. Claramente absorbe mucho del mundo de los videojuegos, pero sin volverse repetitiva. Tiene un buen gusto marcado para extrapolar todas sus intenciones, gracias a pequeños detalles como la voz interna del protagonista, que recuerda mucho a la de Duke Nukem 3D (interpretada en el videojuego por el actor de voz Jon St. John).

Boy Kills World (2024) | Dirección: Moritz Mohr

Metiéndonos de lleno en las escenas de acción, sobre todo en las peleas, vale remarcar que a nivel técnico y visual son una delicia. El timing, el momentum, el clímax, los encuadres, las cámaras, la edición. Todo está craneado de una manera sumamente detallada y minuciosa. Pero también tengo que marcar que resultan ser excelentes coreografías, que se asemejan mucho más a pasos de danza que a peleas que abracen el realismo. Obviamente no lo digo como algo negativo, ya que su búsqueda tiene que ver con la propuesta global de la película. No hay peleas donde se sienta el peso de cada golpe como en The Raid: Redemption (2011) o John Wick (2014), sino que se asemeja más a la fluidez de los movimientos de Crouching Tiger, Hidden Dragon (2000), por solo poner un ejemplo.

Si bien se trata de una película entretenida, no le podemos pedir más de lo que está dispuesta a dar. La realidad es que tiene la complejidad narrativa de una película de cine para adultos, llena de lucecitas y papelitos de colores. No hay que buscarle sentido a algo que no lo tiene, es una mera construcción del entretenimiento más básico, pero no por eso de menor calidad. Es el McDonald’s de la cinematografía y con orgullo de serlo. El director Moritz Mohr desembarca sin reparo alguno con esta película, que supone ser su frenética y desenfrenada opera prima. Uno de sus guionistas quizás explica un poco más toda esta parafernalia: Tyler Burton Smith trabajó en los guiones de videojuegos como Sleeping Dogs, Quantum Break o Alan Wake II, además de ser el responsable del innecesario remake de Child’s Play (2019) con la bellísima Aubrey Plaza.

Otra review de una película llena de peleas pero que resulta ser un clásico del género: Road House (1989)

Boy Kills World cumple en no querer ser más de lo que puede ser. Tiene un diseño de producción más que correcto, logrando crear una distopía bastante interesante que por momentos recuerda a la saga The Hunger Games. Todo el concepto alrededor de las escenas de acción es realmente lo que lleva toda la película adelante, y es el punto alto de esta propuesta, el foco de todo este embrollo, el lugar donde tenemos que poner nuestra energía. Tiene algunas cosas de la saga Kingsman en cuanto a la acción, y algunas cosas de Kick-Ass en cuanto a la violencia y cómo filmarla. Es un rejunte de buenas ideas, en una película que no va a trascender, pero que se deja ver. Es de esas producciones que quizás el cine les queda un poco grande, pero que en nuestra propia casa, con un buen balde de pochoclos, nos regala un muy buen momento si es que tenemos en cuenta lo que nos sentamos a ver.

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