Ape vs. Monster (2021)

Cuando uno se dispone a ver una película que viene con el sello The Asylum, sabe que la vara tiene que ser diferente. Ese regulador con el que medimos y analizamos las diferentes obras cinematográficas, que suele variar mínimamente dependiendo del género, del presupuesto o incluso de los gustos y preferencias personales, cuando se habla de The Asylum todo debe cambiar. Simplemente, porque la mirada que ellos tienen sobre el cine no es tanto sobre cine, sino que se ha traducido a una mera ecuación entre inversión, costos y ganancias.
Sí, lo sé. La industria del cine es un gran negocio, no soy tan inocente. Pero lo que hace The Asylum es diferente. Estamos frente a Ape vs. Monster (2021), una película que se presenta como un intento de sacar provecho del éxito de Godzilla vs Kong. El director es Daniel Lusko, quien con la misma búsqueda dirigió Top Gunner (y se cae de obvio del éxito de quién se quiso colgar), y su guionista es George Michael Phillips, quien en una vuelta de tuerca bastante esperable, no tiene ningún otro proyecto en la industria. El resultado de la suma de estos dos personajes, con mucha suerte y viento a favor, podría haber regalado algo bizarro, quizás cómico y hasta pasable si jugaban bien sus cartas. Pero la desidia, a corto o largo plazo, termina matando. Sin embargo, el veredicto es claro: la película representa otro punto bajo para The Asylum. Sí, la productora tiene algunos puntos altos y respetables.
La trama gira en torno a ELBE, un proyecto secreto soviético-estadounidense lanzado en 1985 para establecer contacto con formas de vida extraterrestre. La sonda, perdida en 2007, regresa misteriosamente, lo que lleva al consejero de la Agencia de Seguridad Nacional, Ethan Marcos (Eric Roberts), a enviar a la doctora Murphy (Arianna Renee) y a su equipo a recuperarla. La misión del equipo no es sólo asegurar la sonda, sino también investigar cómo se encuentra Abraham, un chimpancé enviado junto a ella. Al encontrar la cápsula en Nuevo México, la descubren en ruinas, sin rastro del chimpancé que le da parte del nombre a la película y con indicios que sugieren una destrucción interna de la sonda. Abraham ha crecido inexplicablemente hasta alcanzar un tamaño gigantesco, con intenciones de ser el doble de riesgo de King Kong, seguramente (espero se sepa leer la ironía en esta última sentencia).
Lo irreverente y trillado de la trama se ciñe a lo natural de los tropos de la productora, donde vemos constantes planos de escenarios de poca monta intentando representar grandes locaciones como edificios gubernamentales o sectores militares secretos; un actor que tuvo sus 15 minutos de fama y está en decadencia como Eric Roberts (Best of the Best) y una misión militar con un escaso equipo de seis personas, todas ellas con diversos estilos de camuflaje y dudosos dotes actorales. En este aspecto, la calidad de los diálogos entre la doctora Linda Murphy y Eva Kuleshov, la jefa del equipo ruso, son una cosa de no creer. El guionista no se molestó ni al menos en investigar un poco sobre el tema en cuestión, en una época donde Google te brinda acceso a todo lo que podamos necesitar.
Como toda película hecha por The Asylum, abundan los diálogos largos, aburridos y que no aportan nada a la narrativa. Hay discusiones ambientales absurdas, diferencias políticas sin peso, incluso un monólogo de Eric Roberts sobre las alianzas rusas en la Segunda Guerra Mundial. Obviamente, como sacado de una película de los 80s, la visión sobre Rusia es estereotipada e incluso caricaturesca en su propia naturaleza. A pesar de que los personajes hablan con seriedad, todo este tipo de temáticas se sienten irónicas la mayor parte del tiempo.
Pero no todo se trata sobre este doble de King Kong, ya que en su título se estipula que va a pelear contra un “monstruo”. Aquí es donde entra en juego un pequeño monstruo de Gila, un lagarto extremadamente bello pero al mismo tiempo venenoso, que suele habitar tierras mexicanas del norte y en el sur de los EE.UU. Este pequeño, de alguna forma y por algún motivo que poca validez tiene respecto a la historia (increíblemente “está justificado”, aunque no lo crean), bebe un viscoso líquido verde -y si es verde, es malo- para convertirse en otro doble de riesgo, esta vez de Godzilla.
Normalmente, los efectos especiales de estas producciones suelen ser bastante paupérrimos. Esperar más de lo que pueden dar es un error nuestro como espectadores, eso está claro, porque detrás de presupuestos ínfimos, es de saber popular que no va a haber empresas como Industrial Light & Magic, Weta Workshop o incluso algunas animatrónicas de Stan Winston. Pero si hay algo que en esta película se siente al menos raro, y es que el CGI que maneja el doble de Godzilla es ampliamente superior al que maneja nuestro clon de King Kong. Puedo estimar que el hecho de que Ape tenga pelaje en su cuerpo le añade una capa de dificultad extra que es muy complicada de solucionar, mientras Monster es más que nada modelado y texturas. Aún así, los movimientos corporales de ambos se sienten disparejos. Mientras que en Monster convencen, en Ape se sienten acartonados y toscos. Ni hablar, entonces, de las expresiones faciales de este mono gigante.
No voy a mentir: la película tiene algunas cosas interesantes (de nuevo, léase “interesantes” teniendo en cuenta el contexto). Tiene sus momentos “épicos” (siempre midiendo con una vara bajísima) y algunas cositas bien típicas de The Asylum que si uno frecuenta estas producciones, hasta pueden llegar a dar gracia. Pero no es más que eso. Ambas criaturas apenas aparecen en pantalla, y la destrucción prometida por su mera existencia es casi una mentira. Entiendo, por una cuestión lógica, que las escenas en CGI de ambos animales gigantes son las más costosas, pero aún así, me hubiese gustado ver algo más, un poquito más al menos, porque en algún punto quizás muy morboso de mi parte, lo poco que hay lo disfruté. Obviamente no se puede ni pensar en el Monsterverse ni mucho menos en cualquier película de Godzilla y Toho. Ni siquiera hablamos de una producción clase B. Esto es The Asylum de principio a fin. Y como dije en un principio, tenemos que tener bien en claro a qué vinimos.