The Equalizer 3 (2023)

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Algunas películas pueden ser explicadas sin revelar su mensaje. Podemos contar de qué trata su historia, sin revelar su búsqueda. Porque la historia es solo el eje, ya que hay mucho más detrás de esa simple mirada. Las relaciones, el crecimiento de los personajes, la emocionalidad, los sentimientos, la pertenencia, la familia, el amor, el apego. Hay un montón de cosas más allá de esa pequeña descripción (muchas veces llamada sinopsis) que es lo que realmente construye a la película. The Equalizer 3 no va por ese lado. Por lo contrario, su búsqueda es mucho más simple y concisa. Es algo directo, sin mucha vuelta. Y, en general, el cine de Antoine Fuqua es así: va al grano. Apunta, dispara, conecta. Engloba todo lo necesario sin que nos demos cuenta de que lo está haciendo. Es crudo como la vida misma.
Con sagas como Rapido y Furioso o John Wick, podemos marcar un paralelismo respecto a sus protagonistas y el sentido del bien y del mal. Dominic Toretto y compañía eran ladrones. Utilizaban sus conocimientos para vivir por fuera de la ley y robaban lo que, para otros, podía ser su sustento. ¿Cómo generar empatía con ellos, entonces? Marcando ciertos códigos inquebrantables que los convierten en seres humanos. En el caso de Toretto, fue la familia. John Wick, por su parte, es un frío, despiadado e implacable asesino. El mejor de todos. Le quita la vida a otras personas por trabajo, pero es el protagonista de la saga. ¿Cómo generamos empatía con él? Quitándole lo único que le quedaba en su vida luego de la muerte de su mujer: su pequeña mascota. Ese amor y posterior dolor que el personaje experimenta es lo que lo acerca a nosotros. No importa que sea un asesino, él quería a su perrito. ¿Y quién no mataría por algo así?
The Equalizer 3 hace lo mismo con Robert McCall, el personaje que interpreta con maestría el gran Denzel Washington. El hombre tiene códigos. Tiene amigos. Tiene una templanza para llevar a cabo su trabajo que lo hace, prácticamente, invencible. Y solo ve de cerca el rostro de la muerte cuando se confía de la inocencia de un niño. Robert McCall tiene su lado humano y siempre lo expone cuando intenta ser, irónicamente, lo más humano posible, incluso cuando eso lo deja cerca del frío aliento de la parca.
A diferencia de Toretto o Wick, McCall no tiene algo tácito que lo haga empatizar con el espectador, sino algo en su propia búsqueda. Es como si dos personas completamente distintas existieran dentro de él. Una que busca escapar de esa vida, hace ya muchos años. Una persona que quiere hacer las cosas bien, que quiere ser, simplemente, alguien normal, alguien del montón. Pero por otro lado, está ese otro Robert McCall que conoce su poder y lo quiere usar para ayudar a los demás, sin importar las consecuencias. Porque un hombre que se encuentra tan solo en la vida, buscando constantemente una salida, puede encontrar un hogar y una familia en cualquier lugar donde lo traten como él también trataría a los demás.
A diferencia de las dos entregas anteriores, The Equalizer 3 es mucho más solemne y contemplativa. No deja de lado la acción, claro, pero se toma todo el tiempo necesario en darle forma a esa búsqueda que mencioné antes del protagonista. ¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? ¿Por qué me aceptan cuando ni yo mismo me acepto? ¿Qué ven los demás en mí que yo no puedo ver? Hay un montón de preguntas que recaen sobre el protagonista, que no solo tienen que ver con la edad, sino más bien con un crecimiento interno. Llegar al final de una etapa no quiere decir quedarnos sin nada, sino que nos da la infinita oportunidad de poder comenzar algo nuevo, distinto. Y esa mirada es la que tiene el protagonista por sobre el lugar y la gente que le abrió los brazos a pesar de todo. ¿Vale la pena morir por ello? ¿Vale la pena vivir sin todo eso?
Robert McCall le encuentra un sentido a la vida. Porque cuando no hay nada a lo que aferrarse, no hay nada que perder. El vacío recorre el alma. Pero cuando tenemos algo por perder, el significado cambia totalmente. ¿Hasta dónde somos capaces de llegar para mantener eso que tenemos? A nuestro protagonista le ponen en jaque su lugar, ese lugar en el mundo que lo acogió con amor y lo trató con amabilidad. La mafia local comienza a meterse con las familias trabajadoras del pueblo. Con las sonrisas de los niños corriendo por la calle. El miedo como método de imposición y de respeto. Pero claro, hasta el momento, no se habían cruzado con Robert McCall, un hombre que, como dije antes, conoce su poder y no titubea en utilizarlo.
En cuanto a la acción, Fuqua nunca decepciona. Como dije algunos párrafos atrás, esta tercera entrega de la saga no tiene tanta acción como las anteriores, porque su búsqueda pasa más por establecer al personaje que por llenar los minutos de acción desmedida y efectiva. Pero cuando hay tiros, peleas, explosiones y todo eso que venimos a buscar, el director sabe lo que hace. Genera esos momentos de paz para después teñirlos de horror y que todo se sienta justificado. El problema, quizás, con todo esto, es que el enemigo de turno pierde fuerza y se siente desdibujado.
Porque la propia construcción del personaje principal lo dicta de esa manera. Ya sabemos que Robert McCall va a acabar con todos de forma sigilosa y tácita como si fuese un ninja de la Era Taishō de Japón. No hay sorpresa, no hay alguien que esté a su altura. Lo que queda es ver cómo los elimina, presenciar la narrativa de la muerte encarnada en un hombre que tiene un gran propósito. Por más lindo que suene, y por más que a mí en lo personal me haya convencido, la verdad es que The Equalizer 3 tiene un villano genérico, con una construcción bastante pobre y trillada, quizás para contrastar lo que abraza al personaje de Denzel Washington.
Completamente adrede, de todas formas, la incursión de un enemigo más complejo porque, de nuevo, la película no trata de nuestro protagonista defendiendo un pueblo de un villano. La película trata sobre encontrar nuestro lugar en el mundo y que todo cobre sentido. Habla de recuperar las ganas de vivir.
Como extra, quiero mencionar la participación de Dakota Fanning. Es muy lindo volverlos a ver juntos. Lo que hicieron ambos en Man on Fire fue espectacular, y acá, si bien sus interacciones son pocas, se nota la calidad actoral de cada uno. Lo de Fanning está muy bien, y Denzel Washington es abismal. Hay algo en la impronta que le da al personaje, esa cuestión metódica, estructurada, la mirada cálida, la sonrisa, los buenos modales. La construcción del personaje por parte del actor y del director es clave para generar esta saga que aparentemente llegó a su fin.
Así como sonreí cuando el Capitán América pudo vivir esa vida que Tony Stark le decía que debía vivir junto a Peggy Carter, también sonreí con el final de esta película, porque le da a Robert McCall el final que tanto merecía.