The Black Demon (2023)

Nos habíamos acostumbrado a que el cine de tiburones quede en manos de las películas de bajo presupuesto o, bajo el ala de la productora The Asylum. La explotación del género se terminó comiendo al propio género durante años, dejando muy, muy detrás aquellos tiempos donde Tiburón (Steven Spielberg – 1975) era todo un éxito, y le abrió la puerta a otros exponentes más tímidos como Deep Blue Sea (Renny Harlin – 1999), Open Water (Chris Kentis – 2003), The Reef (Andrew Traucki – 2010), Shark Night 3D (David R. Ellis – 2011), Bait (Kimble Rendall – 2012), The Shallows (Jaume Collet-Serra – 2016) o 47 Meters Down (Johannes Roberts – 2017), entre algunas otras.
Si bien la mayoría de estos exponentes que mencioné en el párrafo anterior son cintas aceptables, en el medio de todo eso, precisamente en 2013, aparece Sharknado, y el cine de tiburón cobra una nueva impronta. Tiburones en la luna, tiburones nazis, tiburones zombies, tiburones robots, tiburones con 2, 3, 4 y más cabezas, tiburones luchando contra animales prehistóricos, contra pulpos gigantes, tiburones poseídos, tiburones y tablas Ouija, tiburones antropomorfos, tiburones piraña, tiburones que pueden nadar en la arena, en la nieve, en la lava, tiburones que vienen por el aire a través de tornados, mediante avalanchas… y lo peor de todo, es que no estoy nombrando todas las variantes que existen. Como dije, el género devoró al género.
Con The Meg rompiendo con todo lo esperado, y su secuela Meg 2: The Trench haciendo lo mismo, aparece The Black Demon, otra película con un megalodón como enemigo principal y con un actor como Josh Lucas entre sus protagonistas. No me pregunten por qué, pero saber que estaba Josh Lucas me convenció para ver la película. Algún tipo de conexión extraña en mi cabeza lo recordaba como un buen actor. Lo recordaba de A Beautiful Mind (Ron Howard – 2001), de Hulk (Ang Lee – 2003), de Stealth (Rob Cohen – 2005), y lo recordaba como un actor correcto. Pude darme cuenta, de que estaba completamente equivocado. Pero ya vamos a llegar a eso.
El principal problema que tiene The Black Demon, es que se cree de ese grupo de cintas aceptables, pero termina perteneciendo al grupo de tiburones bizarros. No podría decir, jamás, que estamos ante una película pretenciosa, pero sí frente a una película que nunca se hace cargo de lo que es. Sabe la irreverencia enorme que lleva en su guion, pero siempre mira hacia otro lado. Todo lo que quiere hacer, lo hace mal. Como el personaje: todas las decisiones que lo vemos tomar son erróneas, decisiones que cualquiera que maneja un mínimo de sentido común no haría. Pero Paul sí. A Paul no le importa dejar a su familia a merced de un pueblo lleno de gente extraña que lo odia por ser gringo y por ser empleado de la empresa petrolera que llevó a esa ciudad a la perdición. No, Paul cree que está de vacaciones en las Islas Margaritas.
Lo primero que nos muestra la película es a un grupo de personajes sin importancia intentando sabotear una base petrolera. Hay una explosión, aparece nuestro megalodón de turno, corte y comienza la película. Ahí conocemos a Paul (interpretado por Josh Lucas), su mujer y sus todos hijos. La familia perfecta. Son felices, el más pequeño es un niño sano, curioso e inteligente, la hija adolescente está enojada con la vida, y ellos dos sonríen y te frotan por la cara lo felices que son. Están de viaje por México, dirigiéndose a las costas de Baja California para arreglar unas cosas en la base petrolera. Paul trabaja para la empresa dueña de dicha base.
Al llegar, el puedo está hundido en la miseria. Gris, sin vida, con pocos habitantes y todos ellos bastante hostiles al parecer. En ese contexto, Paul decide dejar sola a su mujer y sus dos pequeños hijos para tomar una lancha hasta la base, hacer lo que vino a hacer, y volver con su familia. Ese plan, que suena tan ideal y concreto, claramente toma otros rumbos. Una vez en la base, Paul se da cuenta de que están todos muertos, un megalodón asesino quiere derrumbar la base y no tienen cómo escapar. Como si fuese poco, si familia está llegando al lugar, luego de escapar de un grupo de malosos que se quiso abusar de ellos.
Una vez todos nuestros protagonistas en la base, se suman dos personajes más. Dos mexicanos que estaban ahí, solos, y acá es donde todo se vuelve confuso. Aparentemente el saboteo de la base fue hace muy poco tiempo, horas quizás por lo que muestran, pero los efectos de que esa base siga de pie se vienen cocinando lento hace años. Una suma de casualidades que se convierten en causalidades demasiado amplia, que deja muchos de los sucesos que vemos en la película, librados completamente al azar, pero justificados por fuerzas incontrolables, como el lápiz del guionista, que cada vez que no sabía como unir los distintos tramos de la película, se sacaba de los cojones otras escenas intrascendentes.
A esto se le suman las pésimas actuaciones tanto de Josh Lucas como de Fernanda Urrejola (), quien hace de su mujer. Todo lo que hacen está sobreactuado y exagerado. Las peleas, las discusiones, los conflictos que se generan de la nada, las reacciones, los rostros, los primeros planos. Todo se siente sumamente forzado, poco natural, y le juega en contra a un guion que tampoco hace demasiada fuerza para destacar. ¿Por qué alguien quiere sabotear una base petrolera que no funciona? ¿Por qué quieren matar a un tipo que, de por sí, ya es corrupto? ¿No sería más fácil volver a comprarlo con dinero antes que armar toda esta movida? ¿Por qué si el pueblo está en ruinas por un megalodón gigante, nadie más lo supo?
Preguntas así, nacen todo el tiempo. Porque de la historia central, sabemos poco y nada, y los datos que se van tirando llegan así como si no tuviesen peso alguno en la historia. Y acá viene lo más importante: nuestro megalodón no es un depredador asesino común y corriente, claro que no. Se trata de un tiburón gigante con consciencia social y ecológica. Es como un anarquista en contra del capitalismo que quiere destruir al imperio desde adentro. The Black Demon es un castigo de los dioses hacia los humanos por querer tomar el control de la naturaleza y destrozarla. En aquel lugar, el megalodón no está rondando le base por casualidad. No la quiere derrumbar porque no tiene otra cosa mejor que hacer. Lo que busca este demonio negro, es terminar con la contaminación que la base está generando en el océano.
En este contexto, la película toma algunos tintes místicos, tomando un poco de la mitología azteca y, de una forma muy poco sutil, exponer ese poder casi imperialista que tuvo EE.UU. siempre sobre Mexico. Y digo poco sutil porque incluso cuando ya entendimos el mensaje, el propio protagonista tiene un berrincho digno de nene chiquito y fregona un par de frases como “en el fondo todos somos parte del sistema”, e incluso se anima a decir que la culpa no es del sistema, la culpa es de la mano de obra que hace mal su trabajo porque, obviamente, el gringo blanco con privilegios de clase abraza a ese sistema y por eso es malo. Muy malo.
Es muy clásico en muchas películas de terror, este cliché tan común de el hombre familia que trabaja duro y, al llegar a la casa, se encuentra con su mujer, traumada por algún acontecimiento sobrenatural. El hombre, que intenta consolar a su amada, no le cree una palabra de lo que pasa, generando así que la mujer se siente aun más sola a la hora de enfrentar lo que sea que tiene que enfrentar. Y todo esto funciona así hasta que el propio hombre experimenta dicho suceso y se une a la lucha de su mujer. En The Black Demon, Paul es un caprichoso incluso cuando el propio Dios vengativo le hace ver alucinaciones. Ah, ¿no se los había contado? Sí, además de ser un depredador gigante y casi indestructible, enviado de un Dios enojado, este tiburón de tamaños abismales te hace ver cosas que no son reales, con la finalidad de volverte loco. Ni si quiera habiendo vivido esto, Paul acepta lo que está pasando.
Y todo es con la excusa de buscar la redención. Paul, de un momento a otro, acepta todo lo que está pasando, descubre cómo volver a activar la base, cómo cortar la pérdida de petróleo e, incluso, cómo derrotar al megalodón. Porque en una vuelta de tuerca poco fortuita, el verdadero demonio es el hombre, no el depredador asesino que simplemente está cuidando su hábitat natural. Así termina una película que, como me gusta decir, no tiene ni pies ni cabeza. La historia y el guion son paupérrimos, e incluso los efectos especiales dejan mucho que desear. Desde el comienzo, una casualidad tras otra dan por resultado un final que se vuelve preso de otra coincidencia abismal, que de no funcionar hubiese tirado toda la historia a la basura. Quizás Carlos Cisco y Boise Esquerra, sus guionistas, se sumaron a la huelga de Hollywood, mucho tiempo antes de que esta comenzara.