El llanto

Antes de entrar de lleno con El llanto, una pequeña introducción. Y quizás me equivoque, pero siempre sentí que el cine español de terror y suspenso tenía su propia impronta, y es algo que no suele ocurrir en todas partes. Japón podría ser otro gran ejemplo, con ese j-horror tan marcado que, hurgando en diferentes historias, tramas y temáticas, tiene un desarrollo que deja marca registrada. Uno no siente que está viendo una película del sol naciente sólo por el idioma o las locaciones, sino por ese gusto que queda en el aire. España, desde Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), pasando por La habitación del niño (Álex de la Iglesia, 2006), El orfanato (J.A. Bayona, 2007), o las más recientes Verónica (2017) o La abuela (2021) del gran Paco Plaza, siempre tuvo algo, al menos para mí, que me inquietó. En la cumbre de esta afirmación se encuentra, sin duda, Jaume Balagueró (Los sin nombre, Darkness, [REC]).

Sí. Los más cercanos al cine de estas coordenadas, me sacarán a relucir clásicos como, por ejemplo, ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) o Mil gritos tiene la noche (Juan Piquer Simón, 1982). Y si bien son películas que me encantan y a las cuales les guardo un gran aprecio porque las vi de adolescente y fue una de las primeras incursiones en el género de terror en nuestro idioma, no tienen esa impronta de la que hablo. El llanto (Pedro Martín-Calero, 2024) es la película que nos convoca en este análisis y se mete de lleno en ese grupo de películas que antes mencionaba. El tono, la forma de perturbar, la densidad de los ambientes sin importar el momento del día o la iluminación. 

Y es que, a decir verdad, y como alguien que consume terror constantemente en todas sus formas y formatos, el cine de terror moderno -salvo casos contados con los dedos de una mano- muchas veces parece girar en círculos, ofreciendo lo mismo una y otra vez, sin tener algo realmente contundente para contar. En este complejo ambiente, El llanto irrumpe como una propuesta distinta: mucho más cerebral, mucho más sentida y, sobre todo, más consciente de lo que quiere decir. Tiene algo para contar. La ópera prima del español Pedro Martín-Calero no es solo una película de sustos que intenta conformarse con algún que otro jumpscare, sino que resulta ser algo más parecido a una experiencia emocional y simbólica que se mete bajo la piel. Y se queda ahí, retorciéndose.

No mencioné, aún, que estamos frente a una coproducción entre España, Argentina y Francia. Y aunque parezca una casualidad, la historia circula alrededor de tres mujeres, en tres épocas diferentes, conectadas de alguna forma. Andrea (Ester Expósito), una universitaria atrapada en la hiperconectividad madrileña del presente. Camila (Malena Villa), una joven cineasta en Argentina. Y Marie (Mathilde Ollivier), una francesa en tierra ajena. Las tres tienen algo en común: son testigos de algo que no se puede ver, pero sí sentir, una presencia oscura que las sigue, las observa. Y es que entre relaciones cruzadas, no hay sólo testigos, sino víctimas de esta entidad. Porque antes que nada, El llanto es eso: un lamento. Un grito contenido. Un eco que atraviesa generaciones. Un retazo del concepto de la violencia doméstica, del abuso, retratado (al menos para mí) con gran maestría, dejando claro el mensaje pero sin que el mensaje sea el centro de la historia, sino resultado de su concepción.

Otra review de una película de terror fuera de lo convencional, donde la potencia de su actriz principal ayuda a construir el universo de la historia: Longlegs (2024)

El verdadero terror de El llanto nace de la atmósfera que logra crear en sus tres vertientes, gracias a pequeños detalles técnicos como una cámara que se queda un segundo más de la cuenta en un encuadre, un silencio que se alarga de más, o una figura que tal vez está ahí, aunque las protagonistas no la puedan ver. Conceptualmente, el director Pedro Martín-Calero hace lo que todo buen cineasta hace: aprender de los mejores. Sin ser una copia, sino que evocando con su propia cinematografía, la película en ciertos momentos maneja las formas de gente como Roman Polanski (salvando las distancias, claro), pero si necesitan una comparación más directa, podemos encontrar varios paralelismos con It Follows (David Robert Mitchell, 2014), pero con una búsqueda más emocional.

A nivel técnico, la película es impecable. La fotografía juega con los espacios de forma quirúrgica. Lo cotidiano se vuelve siniestro con apenas un cambio de foco o un encuadre asfixiante. Lo denso se extrapola a través de la pantalla, como una niebla emocional. El diseño sonoro es de esos que uno siente más que escucha, y potencia cada escena sin necesidad de explotar el volumen. Porque (otra vez) el foco está puesto en lo que te hace asustar, y no en el susto. El eje se sustenta mediante lo que genera incomodidad, y no en la propia incomodidad. Por eso mismo, el ente que persigue a las protagonistas no termina siendo un enemigo palpable, sino que se construye como algo ambiguo, más mental, más simbólico. Y por eso mismo resulta aterrador.

Otra review de una película que juega mucho con la psicología de su protagonista, potenciando sus miedos y emociones: Lovely, Dark, and Deep (2024)

Entiendo que luego de mi introducción a este análisis, y de algunas comparaciones que hice, se puedan crear confusiones. El llanto no es una película perfecta, pero tampoco creo que sea su intención. En lo acotado, define lo que necesita definir, y no pierde tiempo en explicar de más lo que ya sabe que deja bien en claro. Es verdad que el guión, por momentos, se enreda en su propia ambición, aunque sean solo pequeños destellos. Hay momentos donde parece que quiere decir demasiadas cosas y no todas alcanzan a decir lo que quieren decir, incluso por falta de tiempo. Y es que en esa triple mirada de protagonistas, historias y épocas, puede sentirse una pequeña desconexión. 

Es que el principio es contundente, con mucha fuerza. El final, también, visualmente impactante. La historia protagonizada por Ester Expósito es dinámica, con un ritmo activo y se cocina rápido, mientras que la historia que transcurre en La Plata, Argentina, es todo lo contrario. De cocción lenta, mucho más enfocada en la emocionalidad que en el terror, e incluso con una dinámica distinta. Esta disonancia fílmica (que fue la culpable de que mucha gente rechace a esta película) a mí me compró, porque me hizo sentir como en una montaña rusa de sensaciones. El impacto, el terror, el suspenso, la tensión, la incomodidad, el amor, la búsqueda de un lugar, de la aceptación, de la creatividad, del prejuicio, sin dejar de lado los temas principales que ya mencioné antes. Este cambalache que para muchos fue para tomar distancia, a mí me permitió sumergirme mucho más en lo que el director quería transmitir.

Otra review de una película que no parece ser lo que termina siendo, gracias al manejo de las situaciones y de la tensión: Cobweb (2023)

Entiendo que exista desprecio por el caos, pero al menos yo, creo que el caos controlado tiene su belleza. Y es que, particularmente, este caos narrativo tiene sentido dentro del universo emocional de la propia historia, no es algo al azar, es una consecuencia. El dolor no siempre se puede explicar, porque muchas veces es algo tan íntimo que nos enfrentamos a él completamente solos. De la misma forma, el trauma no siempre cierra, al contrario de lo que nos quieren hacer creer. El tiempo ayuda a que nos adaptemos al entorno, pero hay ciertas heridas que nunca cierran, ni tampoco tienen por qué hacerlo. Todo depende de cómo les hagamos frente.

Caos o no, miedo o no, mensaje o no, si hay algo que sostiene y mantiene viva a esta producción, son las actuaciones. Lo de Ester Expósito, puntualmente, es para destacar. No hablo de su belleza humanamente imposible, que pulula por los minutos de metraje de esta cinta como una diosa onírica con brillo propio, sino que (una vez más, para mí) demuestra que está para mucho más que papeles de moda. Si en Venus (Jaume Balagueró, 2022) ya mostraba una comunión más que interesante entre su personaje, los matices que necesitaba y una sensibilidad que nos hacía creer sus vivencias y sentimientos, en El llanto lo lleva, definitivamente, a otro nivel. Mathilde Ollivier tiene una presencia magnética, y Malena Villa aporta una sensibilidad muy real al personaje de Camila. Las tres logran -cada una a su manera- que conectemos con sus miedos, sus deseos y su impotencia. Y esto, aunque no lo parezca, termina siendo clave, ya que la mayor parte del tiempo la película no pone el foco en esta amenaza invisible, sino en la angustia que las va carcomiendo.

Otra review de una película que contrapone lo cotidiano de su protagonista con el terror intrínseco que necesita plasmar: Little Bites (2024)

Entiendo que si alguien busca terror directo y respuestas claras, probablemente El llanto no sea una buena opción. Esta película se siente fragmentada, densa y cargada de simbología y metáforas, porque hay mucho para descubrir dentro del mensaje que se intenta trabajar. Pedro Martín-Calero entra al cine con una voz propia, una visión clara y, al menos para quien suscribe, lo hace con el pie derecho. Como dije antes, la cinta no es perfecta, ni es lo que todos esperaban que sea, pero tiene algo que muchas películas del género olvidan: una identidad. Y eso, en estos tiempos de TikTok, Twitter y el famoso “mucho texto”, ya es mucho decir.

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