Ghostbusters: Frozen Empire

Soy de aquellos que disfrutaron la primera iteración de esta nueva camada de películas de cazafantasmas. Ghostbusters: Afterlife (2021) me pareció correcta, entretenida, donde existía una búsqueda particular que no pretendía ser ninguno de los clásicos de antaño, pero mantenía en pie el espíritu que los había caracterizado. Sin ser una genialidad, la propia simpleza y el hecho de que mantiene siempre el eje de ser una película divertida y no muy cerebral, fueron para mí los motivos principales por los cuales la cinta terminó dando en el clavo. Por ende, mi mayor miedo con Ghostbusters: Frozen Empire (2024), su secuela, era que caiga en lugares comunes, en situaciones o manejos trillados solo por hacer rentable una franquicia que, si somos sinceros, existe por el mero hecho de que la nostalgia está de moda.

Lamentablemente, en los primeros minutos de metraje, Ghostbusters: Frozen Empire cae en ese lugar que tanto temía. Aparece el alcalde de la ciudad (que tiene historia antigua con el grupo original para -justamente- apelar al factor nostalgia), con los nuevos protagonistas ya conocidos como los nuevos Ghostbusters, que defienden a los habitantes de fantasmas que no son bien recibidos. Pero este alcalde se debate entre la obviedad pura y el ridículo, apelando a ciertos lineamientos muy trillados que solo sirven para generar el problema que desencadena el resto de los sucesos conflictivos para nuestros protagonistas. No hay mayor razón que la arbitrariedad, una toma de decisiones basada en el capricho absoluto y la mala predisposición injustificada desde el lado del guión.

El disparador inicial de todo el problema que le da forma a la película aparece por una seguidilla de casualidades. Algo que pasa acá, con otra cosa que pasa allá, una persona que aparece en el momento justo y algo que resulta de la composición astral de varios sucesos. Gil Kenan, su director y guionista, logra replicar la cinematografía y estética visual de su predecesora, pero no el tono. La comedia involuntaria no resulta como debería resultar y muchas veces se siente forzada. Además, barajan el concepto del absurdo como parte de la comedia y es algo que queda completamente fuera de lugar. Si bien el carisma de Paul Rudd sigue intacto, no es suficiente para aglutinar tantas personalidades que resultan ser tan dispares todo el tiempo. Esa construcción de familia disfuncional -pero que en el fondo se quería- que existía en la primera parte, acá pierde por completo el foco.

Durante la primera mitad de la película se la pasan dando vueltas los personajes por acá, por allá, se suman otros personajes, hay algunas situaciones también por acá, y algunas otras por allá, la construcción de todo lo que se va cocinando por detrás es demasiado lenta y llega un momento donde te das cuenta de que se pasó la mitad del metraje y literalmente no hubo nada concreto, como si todo fuese producto del bullicio y del balbuceo. Y el problema sigue siendo el tono. Es como que en esta secuela fueron un paso más allá del límite del sentido común, buscando expandir el universo de la saga de forma poco sutil con un montón de agregados desde su narrativa, donde lo propiamente caótico se termina convirtiendo en moneda corriente, y no de una buena forma.

Otra review de una película de fantasmas sin alma. No los fantasmas, sin alma la película: Night Swim (2024)

Las Evil Dead de Sam Raimi tienen un tono apegado a la comedia y al horror de una manera exquisita, porque todo resulta consecuencia de una estructura pensada para funcionar de esa forma. Funciona perfectamente dentro de su propio caos. En cada exponente se eleva la vara, pero se mantiene el mismo tono. No, no estoy comparando directamente esta Ghostbusters de la nueva era con la clásica saga de Evil Dead. Solo la pongo de ejemplo para poder fundamentar algo que funciona bien, construido con coherencia cinematográfica, frente a algo que no funciona como debería, impulsado por distintos elementos que poco tienen que ver con lo cinematográfico y se acercan más a excusas creativas para vender un producto. La eterna diferencia entre cine de autor y cine comercial, si se quiere.

Y en el momento menos pensado comienzan a sucederse algunos incidentes sin sentido, adultos maltratando y amenazando a menores de edad, intenciones de crear comportamientos responsables por parte de los adultos en los momentos donde menos sentido tiene que sea de esa forma, y un gran etcétera sin sentido. Todas malas decisiones de un guión sin alma que solo busca colgarse de la fama de una franquicia icónica y que, incluso, vuelve a utilizar a muchos de los personajes originales pero esta vez sin fuerza y sin impacto.

Otra review de una película que podría ser de fantasmas pero no lo es. Lo que sí termina siendo es un sinsentido: Imaginary (2024)

El tramo final es realmente una cosa inentendible. Y no digo inentendible por lo que pasa, sino por su hilo argumental, por la idea, por el cimiento que lo sostiene. Un villano sin peso, decisiones abstractas que dan buenos resultados solo porque el guión lo necesita, personajes que pierden peso, actitudes que cambian de un momento a otro solo para acomodar la trama… realmente un desastre a nivel narrativo. Tiene una de las escrituras más sosas que vi en una película de este nivel de producción. A veces hay que saber cuándo decir basta. A veces, hay que conocer nuestros propios límites

Wolf Man (2025)

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Me encontrarás en lo profundo del abismo (2022)