The Exorcism

Estoy un poco harto, a decir verdad, del adolescente problemático como disparador de situaciones adversas en películas de terror. Ese adolescente de corte rebelde, que no sigue las reglas y su propia adolescencia lo hace equivocarse de forma justificada. Se ha convertido en una herramienta narrativa bastante repetitiva dentro del cine de terror, que acentúa su poca gracia cuando el actor o la actriz que lo representa no dispone de grandes dotes actorales. Y, aún más, cuando este comportamiento no tiene peso o razón de ser para con la trama. Esto pasa con The Exorcism (2024), que se aferra a algunos tropos bastante trillados del género para construir una película muy floja pero que, al menos, me hizo sentir incómodo en breves momentos, buscando el lado positivo.

Nunca pude dilucidar si Russell Crowe es un gran actor, o un actor correcto que ha participado en buenas películas. Si me pongo a pensar en su filmografía, recuerdo grandes exponentes como Gladiator (2000), A Beautiful Mind (2001), 3:10 to Yuma (2007) o American Gangster (2007), entre otras, pero nunca me quedó marcado alguno de sus personajes. Cumple generalmente, tiene sus desaciertos, pero en lo general es un actor correcto, que tanto él (como su representante) saben elegir bien sus papeles, y que funciona mucho mejor cuando está acompañado. En la floja (muy floja) The Pope’s Exorcist (2023) los mejores momentos de Russell Crowe son los pequeños diálogos que tiene con el gran Franco Nero (Django, Force 10 from Navarone, Camelot).

Por favor, que no se malinterprete lo que digo. De ninguna manera estoy diciendo que estamos frente a un “mal” actor. Repitiendo lo que dije en el párrafo anterior, sinceramente creo que estamos frente a un actor correcto, que se ve potenciado cuando sus contrapartes también son de renombre. El problema que veo en esta mirada tan particular que tengo, es que cuando él solo tiene que sostener el eje de una película, los resultados no son los mismos, sobre todo en estos últimos tiempos, donde sus elecciones son bastante debatibles. En este punto, vale mencionar también que muchas veces la responsabilidad no es tanto del actor sino del papel que le escribieron, de los diálogos que ejecuta, o de la dirección que -valga la redundancia- el director lleve a cabo durante el rodaje. Sea cual sea el motivo, me costó muchísimo conectar con el personaje de Russell Crowe en esta película.

Porque su personificación es (de nuevo) correcta, el problema es la narrativa que lo rodea. Todo sucede extremadamente rápido y sin consecuencias inmediatas. Es muy difícil creer que sucedan tantos eventos perturbadores a gran escala y no haya ninguna reacción inmediata. Lo mismo pasa con algunos personajes o relaciones, que se sienten forzadas a ser como son solo para provocar algún sentimiento negativo en el personaje de Crowe. Digamos que sin la afección de nuestro protagonista, solo serían anécdotas sin peso alguno. Crear situaciones que solo impactan en el espectador pero que no tienen repercusión dentro de la historia de la película es, al menos para mí, un desacierto. Rompe por completo la inmersión o la empatía que deberíamos generar con los personajes.

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A pesar de tener dos actos iniciales que no dicen mucho, pero que tampoco son para tirar a la basura, el tercer acto se torna ya insostenible. Todo comienza a perder el poco criterio que existía y el sentido común se pierde para dar lugar a la irreverencia absoluta. Estos sucesos sin consecuencias de los que hablaba antes comienzan a ser cada vez más contundentes e incluso cuando las evidencias están a la vista de todos, al parecer nadie toma cartas en el asunto. Cuando lo hacen (en la escena final), lo hacen de la forma más absurda posible, en una escena larga que no tiene mucho sentido desde el comienzo. Cada vez se acentúa más un guión escrito sin demasiada pericia, donde es evidente que la única búsqueda es el susto “porque sí”, sin que exista una hilo argumental que muestre que el terror planteado se encuentra alineado y aferrado a la trama haciendo que los sustos se sientan orgánicos, como parte de su narrativa. Precisamente, en The Exorcism ocurre todo lo contrario.

Entre el guionista M.A. Fortin (The Final Girls) y el director Joshua John Miller, quien dirige su segundo exponente en un lapso de 25 años, logran construir una sola idea para generar terror: apagar las luces, y cuando vuelven las mismas, aparece bicho malo y jump scare. Así, sempiternamente durante toda la cinta. Se imaginarán, entonces, lo poco efectivo que resulta este recurso, no solo por ser una herramienta barata y simple dentro del género, sino por utilizarla una y otra vez como única fuente para generar algo en el espectador. El mayor problema que encuentro en The Exorcism es lo mismo que encontré en The Pope’s Exorcist: la carencia absoluta de creatividad, todo lo que pasa lo vimos tantas veces que se convierten ambas en películas sumamente genéricas que pretenden llamar la atención por tener como protagonista a un actor de renombre. Porqué Russell Crowe aceptó estos roles es una pregunta que sigue resonando en mi cabeza. ¿Serán los mismos motivos por los que aceptó participar en The Man with the Iron Fists (2012) o The Mummy (2017)?

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A fin de cuentas, The Exorcism termina siendo una película un tanto pretenciosa, que no tiene búsqueda alguna en su cometido pero termina mostrándose solemne, contemplativa, como si hubiese dejado un evidente mensaje a sus espectadores. Como si estuviese orgullosa de sí misma. A mi entender, intenta -de forma desesperada- ser hija de A24 pero está más cerca de ser uno de esos productos cinematográficos sin alma, de utilería, que está lanzando Blumhouse. The Asylum, con un buen presupuesto, al menos tendría mayor dignidad, porque no reniegan ni de lo que son ni de lo que hacen, y eso los lleva a ser sinceros con su público. En este caso, lejos estamos de poder decir lo mismo.

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