Sting (2024)

El inicio de Sting es raro. Y por favor, no tomemos a este adjetivo como algo negativo. Raro puede ser extraño, extraordinario, inusitado, fuera de lo común. Y este concepto recae específicamente sobre su tono. Es una mezcla de horror, comedia, incluso tiene un manejo de lo bizarro bastante atractivo, que sin salirse de su propio eje se permite jugar con situaciones fantásticas para contarnos todo lo que tiene para ofrecer de una forma bastante particular, que puede parecer “común y corriente” por la correcta cinematografía que transita, pero que termina siendo distintivamente singular.
De entrada, nos pone en la dicotomía de aceptar o no aceptar ese tono, de abrazar o no esa narrativa tan particular que se funde entre exponentes como Home Alone (1990) y Arachnophobia (1990), pudiendo ser tranquilamente un capítulo de la icónica serie Tales from the Cryp (1989-1996). Incluso, por momentos, logra ser bastante caricaturesca por elección propia, como algo que es parte de su búsqueda.
Entre muchas referencias y homenajes, queda en claro que lo que se construye es una película de terror con una pequeña dosis ínfima de ciencia ficción. Sin embargo, la cinta se toma el tiempo para construir la cotidianeidad de una familia ensamblada, haciendo hincapié en el lazo que se genera entre la pequeña protagonista y el novio de su madre. Dentro de este tono tan inusual que marcaba en el primer párrafo, Sting se da lugar para abordar -de forma superficial- algunos temas más profundos e intimistas, atados a las relaciones intrapersonales de estos personajes.
El director Kiah Roache-Turner (Wyrmwood, Nekrotronic, Wyrmwood: Apocalypse) sabe lo que hace. Conoce los puntos fuertes y las limitaciones de su película y explota cada uno de sus apartados para darnos el mejor producto posible. Como mencioné antes, esta cinta nos pone en contexto desde el comienzo, como si nos quisiera preparar para lo que estamos a punto de ver. Si somos de los que aceptamos el tono y el verosímil de esta propuesta, no hay duda de que la vamos a pasar bien.
Quizás el foco no sea el terror desde lo macabro, quizás no haya demasiado suspenso o tensión, pero todo está perfectamente equilibrado para mantenernos atrapados en el asiento. Sting, sin duda alguna, es entretenimiento con todas las letras. No redunda donde no debe redundar, es predecible en algunas cuestiones porque así quiere serlo, y nos da toda la información necesaria desde el comienzo para ser sincera con el espectador. El resto, es solo disfrutar de lo que tiene entre manos.
Esta producción entre Estados Unidos y Australia no es memorable per se, claro está, y tampoco pretende serlo. Seguramente no quede en nuestra retina por mucho tiempo luego de terminar de verla. Quizás, hasta no tenga demasiado para recordar en futuras charlas cinéfilas con amigos. Pero entretiene, es dinámica, divertida, tiene un muy buen ritmo y un buen gusto a la hora de crear su cinematografía. Es de esas que, depende bien a quien, se puede recomendar sin miedo a quedar mal parado, ideal para matar el aburrimiento o pasar un momento divertido y distendido. Y aunque parezca poco, que nos pueda regalar estos detalles ya es muchísimo.
En una época plagada de exponentes sin alma, de películas que solo buscan generar taquilla yendo a lo seguro, de un exceso de filmografía cancina, toparse con una cinta como Sting es algo que realmente vale la pena destacar, no por lo realmente relevante, sino por su frescura y su impronta descontracturada. Obviamente, depende del paladar de cada uno, de las expectativas, de las pretensiones. En mi caso, dibujó una sonrisa con cada una de sus decisiones.
Alyla Browne, de apenas 14 años, es la protagonista de esta historia y su papel destaca entre los demás. Trabajó en otras películas como Children of the Corn (2023), Three Thousand Years of Longing (2022), y en la más reciente Furiosa: A Mad Max Saga (2024), y en Sting recuerda mucho a Lulu Wilson en Becky (2020), salvando las distancias. Vuelvo a repetir, con riesgo de sonar monótono, que esta película es un gran hallazgo.
Es todo lo que la cinta francesa Vermines (2023) debería haber sido y no fue. Quizás sea yo, quizás sean mis gustos personales, pero disfruto mucho de una película así, que no resulta pretenciosa, que tiene una propuesta clara y no quiere ser más de lo que puede ser. A fin de cuentas, estamos frente a una pequeña suerte de monster movie que cuida muy bien cada uno de sus apartados. ¿Qué más podemos pedir?