Abigail (2024)

¿Qué pasa realmente con esas películas que en su trailer ya nos cuentan su propio cometido? Muchos dicen que esto rompe con el factor sorpresa, pero yo creo que depende, siempre, de lo que la película elige tener como eje principal. El plot twist en The Sixth Sense (1999) es el eje principal de lo que busca contar M. Night Shyamalan. Toda la película está armada para que ese giro final tenga sentido y, justamente, cumpla con su factor sorpresa. Pero en el caso de Abigail el factor sorpresa recae en el cómo, y no en el quién. El eje está puesto, como en todo buen slasher, en la forma en la que los personajes son eliminados, y no en quién es el asesino.
No estamos frente a un giallo, donde parte fundamental del guión era intentar dilucidar quién era el asesino, generalmente revelado en el final. Acá estamos frente a una cinta con clara influencia en el género slasher. Tiene sus tropos, sus mañas y sus herramientas narrativas. Por ende, decir que el trailer de esta película “ya nos cuenta todo” es, por lo menos, no aceptar que estamos frente a ese tipo de películas. Porque, de nuevo, Abigail se centra en cómo el enemigo va aniquilando a los distintos personajes, como pasaba en Alien (salvando las inmensas distancias y la salvaje dosis de calidad, claro). De alguna forma, es como pretender ver la intensidad emocional, la profundidad del carácter humano o la crítica social del cine de Antonioni, Bergman o Godard, en Transformers (2007) de Michael Bay.
Dicho esto, que quede claro que no estoy diciendo que estos párrafos anteriores son declaraciones de la bondad de esta película. Que se pueda entender su búsqueda o que quede en claro su intención, no tiene nada que ver con el resultado final. Pero la “data dura” está ahí frente a nuestros ojos. Un grupo diverso de personajes, una mansión en el medio de la nada, completamente incomunicados, teniendo que llevar a cabo una misión que si bien de alguna forma tiene sentido, no cierra por ningún lado. ¿Tenemos que esperar a ver cómo todos comienzan a morir? Sí, claro, esa es la intención. Pero antes nos van a ir presentando a los personajes, mostrando su personalidad, para que podamos empezar a empatizar, o no, con ellos.
Las cartas se tiran sobre la mesa y los clichés comienzan a brillar. Estamos frente a un grupo de élite -supuestamente- que tiene encargada una misión en particular. Cada uno cumple un rol determinante y cada uno tiene su propia personalidad, bien opuestas entre ellas para que se pueda jugar con esta información. Nuestra protagonista principal es Melissa Barrera (In the Heights, Scream, Bed Rest) que es “la mala que no es tan mala”. Después tenemos a una joven hacker, el jefe maloso de la pandilla, el grandote bonachón, el ex militar y un drogón que resulta ser una mezcla entre el hermano de Phoebe Buffay en Friends y Jesse Pinkman de Breaking Bad. En pocas palabras, un personaje que desentona por completo y que se vuelve hasta molesto, situando el momento de su muerte como una obviedad del propio género. Este personaje es quien marca la parte ¿cómica? de la película, que no genera gracia y que a mi gusto y entender, está construida sin sustento alguno, solo por los papelitos de colores.
Y cuando hablé anteriormente de clichés, no lo decía solo por decir. Pinturas y esculturas que te cuentan parte de la historia, puertas que se abren solas para guiar a los personajes a lugares que no pensaban ir, pequeñas cuestiones arraigadas con la física que se tuercen solo para ser efectivas frente al guión, decisiones absurdas frente a situaciones extremas, y un gran etcétera. Es más, si prestan bien atención, uno de los personajes en los primeros minutos de la cinta, arroja una frase clave que resulta ser, básicamente, la idea general de la película. No es ningún código cifrado, no es un acertijo, ni una declaración filosófica de algún letrado erudito: es una frase concreta, tácita, que vuelve a dar luz al hecho de que la dupla de directores de esta película, Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett (Devil’s Due, Ready or Not, Scream), no intentan esconder nada. De nuevo, el misterio pasa por otro lado, ya que el contexto queda expuesto en todo momento. Es aceptar o reventar.
La comicidad, desgraciadamente, no se queda solo en ese personaje que mencioné anteriormente, sino que se extiende incluso en otros personajes y dentro de la propia narrativa. La comedia en el terror no es algo para tomar a la ligera, requiere de una construcción muy inteligente que, en primera instancia, tiene que corresponder con el tono de la película en sí para que no se sienta fuera de lugar. Shaun of the Dead (2004) es una maravilla porque setea el tono de entrada y la comedia es uno de sus puntos fuertes. From Dusk Till Dawn (1996) marca en cierto momento un carácter bizarro e irreverente y construye comicidad desde ese lugar. Abigail intenta ser graciosa sin generar ese particular espacio, y se pierde en chistes o gags que no crean una amalgama con el resto de la escena. Es como que cortan bruscamente el tono pretendido y quedan completamente disociados.
La idea general de la película es simple y no pretende ser más de lo que es. Justamente, esa crítica a lo explícito de su trailer se desfigura cuando comprendemos que termina siendo una declaración. Los directores dejan claro desde el comienzo que acá no va a haber sorpresas, no va a existir un guión complejo ni profundo, ni con grandes vueltas de tuerca ni revelaciones. Todo es plano, todo es predecible y todo está pensado para el entretenimiento. Para degustar la forma en la que este particular enemigo disfruta del sabor de la sangre de sus víctimas. Y en esa propuesta simple y transparente, la película cumple. El problema, a mi gusto y entender, es la ejecución. Lo que se supone que tiene que ser grandilocuente no tiene el peso para serlo, el terror no llega a ser terror, el gore se queda en pañales y más allá de alguna idea interesante, todo se queda a medio camino. Le falta muchísima fuerza en cada instancia en la que se quiere desarrollar.
Como dije antes, esa comicidad incipiente también le juega en contra. Abrir varias puertas pero siempre transitarlas a medias tintas es solo un camino de ida. Las actuaciones no están mal, pero se sienten demasiado exageradas por momentos, llevadas al extremo. No por impericia de los propios actores, sino como parte de una búsqueda alienada por parte de los directores. Abigail me dejó el mismo sentimiento amargo que me dejó Ready or Not: tenía todos los elementos disponibles para ser más de lo que fue, pero se quedó solo en la intención. Falta fuerza, dinámica, explosión. Es como esos cómicos que quieren trascender pero por miedo a la cancelación se apegan tanto a lo políticamente correcto que sus chistes no tienen gracia. Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett conforman una dupla que, al menos para mí, resulta ser bastante irregular, como Abigail.