Road House (2024)

Los remakes siempre proponen, al menos a mí, dos escenarios distintos. Puedo sentarme a ver la película con la mente abierta, aceptando que estoy mirando la visión e interpretación de otra persona sobre una obra en particular, o puedo pasar minuto tras minuto comparando esta nueva versión con la original. No voy a mentir: a veces me cuesta mucho no caer en la comparación, sobre todo cuando se trata de películas que considero clásico de culto, de nuevo, al menos para mí.
Por eso los invito, cordialmente, a que lean la reseña que hice sobre la Road House de 1989 protagonizada por Patrick Swayze. Aquella película fue, justamente, una de esas que me marcaron cuando estaba entrando en la adolescencia.
Hay algo que hay que mantener bajo el radar también, y es el hecho de que, generalmente, los remakes nacen con la idea de abrazar la nostalgia de aquellos que, como yo, recordamos con amor la obra original, pero también es una apuesta para captar nuevas generaciones. Y para esto, hay que aggiornarla, hay que cambiarle la chapa y la pintura para dejarla como algo que se podría consumir hoy en día, y quitar ese polvo añejo que, quizás a las generaciones nuevas, no les termina de convencer. Este remake empieza con un claro ejemplo de esto que digo, poniendo a un músico de moda como lo es Post Malone como uno de sus personajes. Y eso que, aún, no me puse a hablar de Conor McGregor.
Las primeras impresiones dibujan una sonrisa. Siguen bastante bien a la película original, de alguna forma. Le di play a la película y, no voy a mentirles, temí lo peor. Ya son varios años cayendo en el mismo engaño, con pocas remakes memorables y, muchísimas más, totalmente olvidables. Del lado positivo de la balanza, podríamos recordar a Village of the Damned, del gran John Carpenter; Evil Dead, del uruguayo Fede Alvarez; Dawn of the Dead, del polémico Zack Snyder; The Fly, de David Cronenberg; The Hills Have Eyes, del francés Alexandre Aja; The Thing, retomando la obra de John Carpenter; o The Texas Chainsaw Massacre, de Marcus Nispel, por solo nombrar algunas.
Sin embargo, no hablo de un miedo infundado. De la misma forma, así como puedo nombrar estas y algunas otras otras remakes que dieron resultado, también puedo hacer lo contrario, y listar algunas de aquellas que, prácticamente, nos llevan al punto de tener ganas de dejar de creer en el cine: Psicosis, de Gus Van Sant; Quarantine, de John Erick Dowdle; The Wicker Man, de Neil LaBute; A Nightmare on Elm Street, de Samuel Bayer, y bueno, tantas otras. Demasiadas. Pero, el punto se entendió: hay un miedo reticente al concepto de sentarse a ver un remake.
Como dije antes, las primeras impresiones de Road House, no se ven tan mal. Se perciben los pequeños cambios, las libertades creativas, la búsqueda por aggiornar el contenido, la intención de buscar nuevas audiencias. Pero, el alma de la cinta original ¿está intacta? Para empezar, una de las diferencias más notables es que, más allá de los personajes histriónicos y pintorescos, hay un agregado de comicidad. Y ahí es donde se dispara mi alarma. De forma sutil la vemos, pero existe esa comicidad.
Desgraciadamente, es algo que, de entrada, me quitó de mi eje, me apartó de la idea de lo que venía a ver. Rompió la fantasía que estaba creando. Me alejó de la empatía que podía llegar a sentir por nuestro personaje principal. Y ojo, que no se malinterprete: no tengo nada en contra de la comicidad. El problema es que en este remake, se siente como algo ajeno, algo forzado.
Esa comedia es parte de la búsqueda de esta versión. Jake Gyllenhaal es un gran actor, está bien en el papel de Dalton, pero no es el Dalton de Patrick Swayze. El personaje de Gyllenhaal tiene un trasfondo distinto, que cambia por completo el concepto de las motivaciones. En la película original, Dalton era un hombre peligroso, pero solo en los momentos necesarios.
Conocía sus propios límites y por eso nunca quería extrapolarse. Esa consciencia de sí mismo era la principal herramienta para lograr hacer el trabajo que hacía. Por ende, como hombre solitario y sin mucho que perder, tenía como búsqueda personal terminar de contemplarse, de entenderse, de encontrar ese lugar al que le venía escapando durante mucho tiempo.
El personaje de Jake Gyllenhaal es mucho más retraído, aunque un poco agrandado, con una sonrisa soberbia que mantiene durante todo el film. Sabe lo que puede lograr y utiliza ese poder constantemente, como si fuese una forma de vida pero, al mismo tiempo, como herramienta para generar respeto. Es una persona más oscura, que detrás de su sonrisa esconde una carga emocional que está en constante ebullición, pero contenida. No genera relaciones ni sienta sus bases en ningún lugar por miedo a pertenecer. No vive, sobrevive.
Y si nos ponemos a pensar en el personaje de Swayze, las cosas eran completamente distintas. Lograbas empatizar por otro lado, por el lado más humano. Por el lado de un hombre que encontró varios motivos por los que luchar. Con Gyllenhaal, su pasado lo condena y es lo que utiliza la narrativa para acercarlo al espectador. Pero nunca se termina de definir al personaje, la construcción queda a medias tintas, no se termina de entender por qué hizo lo que hizo y qué repercusiones tuvo.
Por eso mismo, dentro de la narrativa de esta película, existe una dicotomía que nunca encuentra el equilibrio justo. Las películas de los 80s tenían esa parafernalia que solo era válida en aquellos años. El tipo de personajes, la resolución de las diferentes situaciones, los malos, las relaciones amorosas, el planteo de los conflictos y la forma de enfrentarlos.
Traer eso a 2024 no funcionaría, por eso mismo hablamos de aggiornar la historia. De hacerla potable para los ojos de hoy en día. Y en todo ese embrollo, es donde esta versión de Road House comienza a hacer agua, porque busca adaptar las cosas a los tiempos que corren pero, al mismo tiempo, quiere mostrarse ochentosa, y sentir orgullo de eso. Una mezcla que no la beneficia. Es como que quiere acaparar más de lo que puede, y en el camino, pierde su rumbo.
Y sí, sepan disculparme, estoy comparando constantemente. No lo puedo evitar. Llámenme como gusten, pero no lo puedo evitar. Porque justamente, en los 80s y 90s, por lo general, las cosas eran simples. Un héroe, un villano, y los minions de ese villano. Conflicto, resolución, héroe. Era un sendero sencillo que generaba situaciones quizás predecibles, pero eran por las cuales uno elegía mirar esa película. Había epicidad en el planteo. En este remake dirigido por Doug Liman (The Bourne Identity, Mr. & Mrs. Smith, Edge of Tomorrow) todo es un poco más confuso de forma completamente innecesaria.
El peso del pasado de nuestro protagonista no permite hacer un análisis completo de él, solo nos indica cómo se siente. ¿A quién se va a enfrentar? ¿Cuál es el conflicto? De un momento a otro en la película, hay cuatro villanos diferentes: el padre, el hijo, el jefe del padre, y el matón del jefe. ¿Por qué tantos tipos malos en la historia cuando nuestro héroe se va a enfrentar realmente a uno solo? ¿Para qué hacer todo tan complejo? Intentaron darle una vuelta de tuerca a la problemática original y se genera tanto ruido que todo deja de tener importancia.
El personaje de Gyllenhaal es oscuridad pura escondida detrás de una linda sonrisa. Eso le da una construcción completamente diferente al personaje, porque utiliza la violencia sin contemplar los resultados. En algún punto, hasta la disfruta. Es como un asesino jugando a ser buen tipo. El personaje de Swayze evitaba contemplar la violencia como opción, y solo llegaba al límite cuando realmente valía la pena y tenía sentido.
En lo personal, el protagonista de esta película me resultó poco interesante, no termina de cerrar su búsqueda, su motivación. No hay misterio, no hay contexto. Puede llegar a ser un violento sin siquiera cuestionarlo. Es complejo, con esto que digo, poder generar empatía para que, como dije antes, realmente te importe lo que le pueda pasar. En ningún momento definen a ningún personaje.
Más allá de esto, que para muchos podría ser una cuestión de gustos, la construcción y la narrativa de la película no me convenció. Tantos villanos, tantos personajes secundarios que no se construyen. Hay una escena confusa llegando al final, donde sí, vemos acción, pero sin demasiado sentido. Se siente casi innecesaria la escena, como sacada de otra película. ¿A dónde quería llegar? ¿Cuál era el propósito? Y ya que estoy con las preguntas, la siguiente es de las más importantes: ¿Qué podemos esperar de alguien como Conor McGregor? Podrá ser una leyenda en el deporte que practica, pero si en la vida real ya es un soberbio y un payaso, ¿qué podemos esperar cuando lo quieren hacer actuar? Es el personaje más exagerado y poco creíble de toda la película. Da vergüenza ajena por momentos.
Hay artistas marciales que han creado su carrera alrededor de la actuación, que podrían cumplir el mismo rol que McGregor, pero haciéndolo bien. Scott Adkins podría ser uno, tranquilamente. Iko Uwais, otro. Pero, ¿recuerdan lo que dije en un principio? Captar nuevas generaciones, marketing, publicidad. Conor McGregor arrastra todo eso. Lamentablemente, su desempeño en la película es paupérrimo. Las expresiones, las caras que pone, cómo camina, la sonrisa.
También quiero hablar del tema de las peleas, las coreografías y la forma en la que fueron filmadas. Se vendió la película argumentando que el director y el equipo técnico habían trabajado con un supuesto sistema de edición y compaginación que hacía parecer las luchas más reales, pero sinceramente (al menos yo) no vi nada nuevo. Nada distinto. Las peleas, siendo uno de los ejes de la propuesta, no destacan en nada. Es una pena, realmente, pero estamos frente a una película mediocre, común, del montón.
En una película que cuenta la historia de un tipo que se pelea constantemente para ganarse la vida, las peleas dejan bastante que desear. Están filmadas con demasiados cortes, demasiada edición, no se permite apreciar bien lo que están haciendo, salvo en algunos pocos momentos. Esta versión moderna de Road House empieza bien, pero comienza a hacer agua por todos lados a medida que pasan los minutos. Personajes sin peso, una historia compleja en vano, no por su construcción y contenido sino por cómo está contada. Peleas que no sorprenden, actuaciones que no destacan. Como remake, termina siendo cualquier cosa menos Road House. Como película, es completamente olvidable.